sábado, 27 de junio de 2009

Aquí estamos!

Aquí estamos!


Prof. Manuel Calviño


El ejercicio del recuerdo tiene un carácter ideomotor”, le escuché decir a Leontiev en mis días de frío, vodka, y corpulentas “dievushkas” (sin abandonar el legítimo acto de hacer patria: “consumir productos cubanos”). Es “cuerpo y mente”, razón y emoción. Como no ha de ser así, como la vida misma. Por eso “recordar es volver a vivir”. No se puede entender el recuerdo desde lo cierto o lo falso. El recuerdo es una verdad ineludible, inevitable. “Ver-dad”: cualidad de ver. Ver más alla de lo dado. Ver más allá del tiempo. Ver con todo: ver desde el presente con la historia y la esperanza de mañana.

Así, el sábado 20 de Junio de este complejo 2009, nos volvimos a “ver” otra vez, los que entramos en la Escuela de Psicología en el instituyente 1970. Nos juntamos con el motivo de recordar que hace treinta y cinco años nos convertimos en profesionales titulados de la Psicología.

En mi “Oda a mi generación(http://psicointeractuantes.blogspot.com/) intenté salvar una deuda histórica y, quien sabe si en un exceso de pretensión, favorecer la indulgencia de los que mañana nos miren. Nunca se puede olvidar que somos siempre nosotros y nuestras circunstancias. Pero, este sábado, en el centro del Vedado, se trataba solamente de encontrarnos.

Llegamos muchos. Nos recibimos los unos a los otros con mucho cariño. No faltaron las expresiones, que sin un ápice de mala intención, marcaron los derroteros implacables de la transformación: “pero que gorda estas..!”, “la verdad que no te reconocí. Es que estas tan cambiado…” Las alucinaciones también encontraron su espacio: “estas igualito!” (vaya destrozado que estaba entonces, hace casi cuarenta años). Sucede también “¿Y esa quién es?” porque en el recuerdo y en el olvido se reinstituyen las distancias inevitables en las relaciones del pasado, los grupos de cercanía y los de no inclusión. Yo soy adepto a la tesis de la “nebulosa” cuando de recuerdo se trata. Pancho Céspedes, el Cigala, pero sobre todo Bola lo cantaba con ese su peculiar modo de decir con música: “ser en tu vida lo mejor de la neblina del ayer, cuando me llegues a olvidar, como es mejor el verso aquél que no podemos recordar”. Hay, pero no me toca.

Inevitablemente contamos a los que ahora solo viven en el recuerdo. Gente buena. Gente joven. Pero la vida no les regaló el enorme privilegio de los años. Se fueron temprano. Allí en nuestras conversaciones de esa tarde podían perfectamente ser “espectros disfrutantes” de la velada vespertina. Contamos también a otros que no están, pero que por suerte siguen allá, donde estén, no importa, vivos. Y son parte no solo de esta historia, sino también del presente, porque todos y cada uno de nosotros llevamos una marca imborrable de todo lo que vivimos entre 1970 y 1974 en San Rafael 1168 casi esquina Mazón.

Si alguien duda de la legitimidad del concepto de “Personalidad” como eso que siempre, o casi siempre, o con mucha frecuencia somos (esto no es un artículo científico, no hay exigencias metodológicas) debía haberse asomado ese sábado anterior al “Día de los padres”, y las evidencias de que siendo distintos seguimos siendo los mismos lo hubieran hasta abrumado. He optado, por esta vez, por no decir nombres (para no dar espacio a la lipidia). Pero que cosa, cada cuál hizo lo que siempre hizo. Gestos, palabras, caras, chistes, actitudes, todo como en un “remake” auspiciado por “la buena energía”. Y también, no lo dudo, favorecido por una “marcha atrás” que, sin tener la máquina del tiempo de Julio Verne, entra en movimiento cuando se accionan las palancas del reencuentro.

Fue una tarde hermosa, agradable, sencilla. Fue un acto de reconsideración. Un estímulo de alegría. Asumir con Neruda que “solamente he vivido”, y repetir con Silvio que “me muero como viví”. Pero intentar detener el pasado es “contra natura”. Todo día tiene una noche. Inicio y fin. Nuestro sábado de añoranza y recuento pasó. No pasará lo que nos convocó y nos acercó a la felicidad de hoy.

Quedarán algunas fotos que fueron tomadas con premura y a despecho de los que luego no querrán enfrentarse al paso del tiempo por su rostro (y no solo por el rostro). Por suerte son los menos. Casi ninguno. Porque el “Photoshop” no se puede instalar en el espejo de la casa y uno, mal que bien, se tiene que ir conformando (que no resignando) a una cierta visión de “patrimonio de la humanidad”, esa que da valor a lo viejo.

Pero las fotos solo a medias atrapan lo esencial, eso “que solo es visible al corazón”, ese cariño que, liberado de las trabas de la época que nos tocó (y disfrutamos) vivir, flotaba en el caluroso salón de “El Potín”. Cuando mostremos a alguien las imágenes capturadas por el ingenio de la digitalización probablemente no se percatará del ir y venir de los sentimientos tranquilos pero intensos, esos que llegan a hacer arder de nuevo al corazón, porque dicho con Pushkin “el corazón siempre vuelve a arder, porque no arder es algo que no sabe”. Detrás de cada beso, en cada abrazo, en cada encuentro de los cuerpos que se justificó con “vamos a retratarnos”, o con el simple regocijo de un comentario de antaño, vibró lo mejor de tantos años juntos.

Si al fin y al cabo, como dijo Gardel “veinte años no son nada”, entonces hicimos nuestra fiesta de quince. “De aro balde y paleta: un aro que encierra recuerdos como para que no se escapen; un balde para llevar y traer al mañana lo que es de ayer y de hoy; una paleta para seguir moviendo tierra, para seguir abriendo caminos, para seguir construyendo castillos (de sueños, de esperanza, de amor). Y nos quedamos con el compromiso guardado de volvernos a encontrar. Creo que sobre todo para decirnos, como sobrevivientes orgullosos de una larga batalla inacaba que se llama vivir, “Aquí estamos!”

sábado, 20 de junio de 2009


¿QUÉ PSICÓLOG@ QUIERES SER?

Prof. Manuel Calviño


Son tantos los impactos de la introducción de la computación en la actividad académica universitaria que apenas listarlos es casi una “misión imposible” (más imposible que la de Tom Cruise). La extensa operatividad de los procedimientos, de las bases operativas, y sus interconexiones, entre otras muchas cosas, aligera la carga no solo funcional, sino hasta intelectual de muchos de los procesos implicados en la formación y el ejercicio profesional. Toda una ventaja si se mira a la “economía de tiempo” y “capacidad de conservación” que todo esto supone.
Pero siempre, desde la aparición de la primera herramienta de trabajo, desde la aparición y desarrollo de las ciencias y las técnicas, la potencialidad del instrumento esta marcada por la ética de quien lo utiliza. Desde que tengo uso de “razón profesional” rememoro una y otra vez una frase que leí en la “Dialéctica de la Naturaleza” (Engels F): “los hechos siguen siendo hechos no importa cuan falsas sean las representaciones que de ellos se hagan”. Y nunca he defendido tanto el componente más o menos positivista de la expresión (la prominencia del hecho sobre sus representaciones), cuanto su mirada a la subjetividad: la diversidad representativa de “lo dado” (perceptiva, intencional, valorativa). Nace entonces un corolario: con los mismos “hechos” (cosas) se pueden hacer (pensar) cosas distintas, dependiendo de la representación que de ellos (los hechos, las cosas) tengamos.
Ese es el caso de algunas operaciones útiles que el uso de los instrumentos computacionales (“hardwerianos” y “softwerianos”) supone. Me refiero específicamente a “save”, “cut”, “copy” y “paste” (salvar, cortar, copiar, pegar).
Son, estas operaciones, facilidades indiscutibles para la construcción, la labor manufacturera de escribir, de expresar ideas. Utilidades que antes, en mis tiempos de “más joven que ahora”, en la época de las Remington, las Underwood (estas eran estelares máquinas de escribir) eran casi ausentes o sencillamente artesanales (cortar y pegar era asunto de tijeras y goma, y casi siempre volver a escribir). Ni el “multiplicador” papel carbón resolvía el asunto de sentirse cercano a los copistas, los escribanos, cuando se trataba de citar, intertextuar (que no tenía un nombre tan posmoderno), incluir, hasta – porque siempre ha sucedido – hasta plagiar.
Pero quien sabe si por efecto de la disminución de la dificultad para hacerlo, o el aumento de las exigencias con disminución de disponibilidad de tiempo, o por efecto de la reducción de la vergüenza ética (lo que sería peor), hoy por todas partes se escucha la misma preocupación. “El plagio de textos sacados de Internet es cada vez más frecuente entre alumnos de nivel universitario…. Copiar y pegar fragmentos de textos sacados de Internet era una práctica poco habitual y sólo estaba destinada para rellenar párrafos u obtener ideas que permitan complementar trabajos prácticos de alumnos del colegio secundario. Sin embargo cada vez más docentes están preocupados por el acelerado crecimiento del “copy/paste” entre estudiantes universitarios… Tiempo atrás quien decidía plagiar un párrafo de Internet se tomaba el trabajo de cambiar las palabras, el sentido de la oración, o bien, utilizaba sinónimos para que pase desapercibido pero, según los docentes, los alumnos ni siquiera se preocupan en disimularlo
http://www.minutouno.com/1/hoy/article/ 109313-Crece%C2%A0el-uso-del%C2%A0copiar-y-pegar-entre%C2%A 0estudiantes-universitarios/
Para mi no-sorpresa (si Alicia, la del “wonderland”, participó en su fiesta de “no-cumpleaños”, ¿por qué no puedo hablar de la “no-sorpresa”?) hasta mi patio parece haber llegado la tendencia. “Hace rato, profe” – me dijo uno de los “bergantines habituales” que prefieren el “aula sin clases y al aire libre”. Pero como todo: “asimilada críticamente”, es decir convertida en “producto nacional”. Claro, el “copy-paste” de Internet supone el acceso a Internet, y por razones que no comparto, no todos acceden. Además muchos de los que acceden se dedican al “chisme digital” a la “adicción epistomailística”, a los muñequitos de moda, y no faltan los que dada su incapacidad para conseguir “pan natural” se dedican al aberrado “caza-ve” (a ver si al menos “ven” algo) – no merecen llegar a ser psicólogos.
Entonces sucede que el “copy-paste” no es solo, ni mayoritariamente, una práctica asociada a Internet. Sino que se extiende al uso indecoroso de elaboraciones, producciones escritas de todo tipo, de otras personas (obviamente con total preferencia para las que existen en versión digital) en beneficio de quien la usa, que aparece como su “productor original”. Se “sacan” (copy) párrafos enteros de libros digitalizados, de artículos, de escritos, y se “ponen” (paste) en los informes de trabajos prácticos, en los trabajos de curso, en los diplomas (y más también, que conste). En estos días de “rescate” de la ortografía, de la gramática del buen decir, llegué a pensar “no es que algunos tengan fallas ortográficas. Es que copian y pegan hasta con las mismas faltas ortográficas del original” (no se toman el trabajo ni de revisarlo)
Algunos asumen estas prácticas con total desfachatez. Otros con preocupante ingenuidad: “¿Qué tiene de malo?” – me preguntó un estudiante. “No hay tiempo para otra cosa… nos exigen mucho”, fue otra frase con la que intentaron hasta culparme. “Pero si las preguntas son reproductivas, ¿qué mas da?” Más de lo mismo, diría Watzlawick. Justificaciones que siempre existen. Ceguera de lo esencial. Mirada de superficie a las prácticas, haciéndolas tributarias del formalismo, la falta de creatividad, la mentira, y la ausencia de profesionalismo. El camino de lo fácil que galopa al son de la mediocridad.
No puedo dejar de preguntarme ¿Qué psicólog@ quieren ser? ¿qué piensan que es la identidad de un profesional? ¿será que están comprendiendo a quién engañan, a quién perjudican? ¿cómo pueden renunciar al goce humano de la creación, del reto, de la sabiduría?
Que el sujeto deviene sujeto en su accionar, es algo que ningún estudiante de Psicología duda. Dos semestres de “Personalidad” y varios más de “Psicología del Desarrollo” bastarían para confirmarlo. Pero el sentido de tal proposición (quizás Mario Bunge le llamaría “hipótesis”) no se agota en la dimensión constitutiva de las operaciones o las pecularidades personológicas. Se extiende hasta la dimensión ética. La ética se construye operando éticamente. Primero, desde el control operativo externo, luego en la interiorización (asimilación, apropiación, asunción) instituyente de su condición de valor personal. El paso de la norma a la cualidad.
El único modo de facilitar la construcción de cualidades éticas (y no solamente éticas) se instituye desde el ejercicio del proceder ético (y aún así sabemos que es condición necesaria, pero no suficiente). Entonces cabría preguntarse a dónde nos lleva, en términos de cualidades personales y profesionales, en términos de ética, el tan conocido ejercicio del “copy-paste” (copia y pega).
Se despliega, encubierto en la ingenuidad o perversamente manifiesto, un modelo de ejercicio ético que nada tiene que ver con la identidad profesional del psicólogo. Se ejercita un “modus operandis” que al decir del poeta pasará de “ser andar” a “ser camino”. Con el se puede quizás conseguir un título (patente de corso para ocupar una plaza y ganar un salario). Pero nunca se logrará ser Psicólog@ (con mayúscula). Muchos menos poder mirarse tranquilamente en el espejo de la vida y no sentirse avergonzado. Como tampoco oír las pertinaces críticas (en ocasiones vulgares) de “Los Aldeanos” y decir es verdad. O compartir las canciones de Frank Delgado, y no solo reír, sino consentir. El ejercicio crítico ha de ser primariamente autocrítico. Es así que se hace más autentico.
No crean que los que estamos en otra posición no nos damos cuenta. Tampoco crean que “somos pacientes con la inmadurez a destiempo”. Hasta en la sonrisa que nos puede producir lo absurdo y descuidado del modo de proceder se expresa nuestra preocupación por el futuro. El futuro de los actores del chasco, y también el de todos. El de los que mañana confiarán en los “copypasteros” para salir de baches existenciales, el de los que depositarán confianza y esperanza en alguien que no la merece. No quiero dibujar una inevitabilidad fatalista, pero “árbol que crece torcido”…. Tendrá muchas dificultades para enderezarse.
Soy partidario de la libertad como forma de favorecer el desarrollo de la autonomía, del crecimiento personal. Con Vygotsky, Luria, Leontiev, con Subotsky y con muchos otros no rusos (pero mientras escribo estoy escuchando “ПОДМОСКОВНЫЕ ВЕЧЕРА” – Noches de Moscú, y emergen asociaciones “rusíferas”) aprendí que el control, sobre todo el exceso de control, promueve formalismo, facilita desviaciones, ilegitimidades. También leí en Fromm que a la libertad se le quiere, pero se le teme, y el miedo incita al disfraz, porque el miedo, en la generatriz cultural occidental, fragiliza. En algún lugar leí que “el único modo de saber lo que alguien es capaz de hacer, es dejarlo hacer”. Intento aplicarlo con mis hijos, con mis alumnos (con mi mujer no,… Se me sale Cayo hueso). A veces recibo satisfacciones. Otras veces frustraciones. Pero en todos los casos intento descubrir que mi frustración es el menor de los problemas. Se que lo mejor no es mirar solo a lo perfecto, sino lograr ver más allá de las imperfecciones. “No vivo en una sociedad perfecta” (Pablo). Entonces vuelvo a insistir “solo el amor convierte en milagro el barro” (Silvio). Y amor es confianza, respeto, autonomía, independencia interdependiente. Y sí, aunque me acusen de “fenomenología cursi”: Yo amo mucho a mis estudiantes.
Por eso también concuerdo con quienes plantean que "Lo principal no debiera ser cómo pillarlos o mostrarles que han copiado, sino cómo ayudamos a fortalecer una cultura estudiantil que ponga de manera autónoma límites éticos y valóricos a esta mala práctica, haciéndolos más transparente y comprensivos" http://www.mercuriovalpo.cl/prontus4_noticias/antialone.html?page=http: //www.mercuriovalpo.cl/prontus4_noticias/site/artic/20041112/pags/20041112231558.html
¿Lo podremos lograr? Claro que sí. No tengo duda alguna.
¿Necesitamos lograrlo? Sin duda.
¿Queremos lograrlo? Eso espero.
Y por eso, con mucho cariño, a todos los estudiantes de Psicología les escribo este texto, que es también mi autoevaluación.
Ojala que después de leerlo piensen que Vale la pena.

domingo, 7 de junio de 2009

Psicología e Invisibilidad


"Psicología e invisibilidad.

El no “extraño” caso de los públicos y las audiencias invisibles”.

Intervención en la Mesa redonda “Los públicos y las audiencias invisibles” realizada el 24 de octubre de 2007 en el Evento Teórico de los Premios “Caracol” (cine, radio y televisión) UNEAC 2007.

Prof. Manuel Calviño

Desde que Ricardo Arjona encontró “pingüinos en la cama” y lo declaró musicalmente, me siento menos avergonzado de reconocerme en ciertas situaciones como “pescado en tarima”. Es auténticamente mi sentir en un escenario como este y con un público visible y visibilizado como el que tengo delante de mi. Silvio cuenta (en realidad canta) que un obrero lo vio y le llamó artista, y al hacerlo noblemente lo “sumó a su estatura” (Llover sobre mojado). Si alguna vez alguien me llamó artista, por ser “el que sale por la televisión” lo único que logró es “sumarme doblemente mi anchura” (“ay, pero que gordo es…”). No me siento (no tengo identidad) de artista. Soy psicólogo en todos los escenarios (obviamente públicos) en los que me encuentro. Entonces para “entarimarme” un poco pido licencia y clemencia para ser ni más ni menos que psicólogo.

Vengo cargado de una representación que puede convocar alguna nota discordante (hasta desafinada) en mi intervención. Nunca antes he estado en un “Caracol”. No tengo predestinada la adecuación para orientar mi intervención en lo que me nominalizaron y reconozco como un “evento teórico”. En estos tiempos de tanto pragmatismo necesario la disquisición teórica es, además de un privilegio, una suerte de ejercicio que puede ayudarnos mucho a ejercitar músculos semiatrofiados por los tiempos en que el espectro de Santo Tomás de Aquino intentaba adueñarse de la colina de San Lázaro y L. “Todo tiene su momento” creo que le escuché decir a Sinoé el egipcio. Con Kurt Lewin descubrí que “no hay nada más práctico que una buena teoría”.

Haciendo mío el rito del “malabarismo conceptual” (tan común en los círculos académicos como extraño en los cotidianos – el primero se cuestiona si al pan pan y al vino vino, allí dónde el otro emulsiona una síntesis imperativa: “el pan vino”) pregunté a Mayra, a quien debo la gentil invitación que me tiene aquí, si la diferencia nominativa de “público” y “audiencia”, en la convocatoria de esta mesa, se hacía depender de las peculiaridades sensoriales comprometidas, o de la actualidad – potencialidad del “target”. Incluso pensé que podría referirse al diferencial actitudinal en el continuo “activo-pasivo”. La respuesta de mi querida amiga, con quien he compartido divertidos correos intertextuales, me tranquilizó. Me regaló “la libertad de las mareas” (al decir de Amaury): “el abordaje piratesco -¡viva la libertad!- me parece genial”. Es más, interpelándome una frase de Barthes me sugirió no solo “denotar”, sino también “connotar”. Esto me parece mucho más inteligente, necesario y productivo que “detonar”, para lo cual no deberíamos esperar por convocatorias especiales como esta.

No mucho menos dubitativo se me antojaba el término invisible. Hay una cierta gramática al uso para la que “in” es “no” y “ble” la terminación que sanciona la trascendencia valorativa definitiva del carácter del sujeto operativo de la palabra. Traduzco: “in-soporta-ble”= no se puede soportar. “in-paga-ble” = que no hay quien lo pague (como el aguacate, el tomate, ocasionalmente el mango en el mercado de 19 y A). Siendo así, reconozco que las audiencias visibles llaman de “invisible” a, por ejemplo, un programa de televisión de pésimas cualidades formales, funcionales y motivacionales. “in-visi-ble” = que no hay quien “se lo dispare”. Quizás sería mejor decir “in-ver-sible” y así sobredenotaría mejor la connotación básica: “inservible”.

Pero “invisible” parece ser sobre todo “lo que no se ve”. “Lo que no se ve”. Afirmación que contiene dos experiencias instituyentes: la primera “hay algo”, algo existe. La segunda “pero no se ve”, ese algo que existe no se ve. Si no hay algo, no hay condición de invisible.

Recuerdo hace algunos años cuando algunos “comunicólogistas” enfatizaban proféticamente el vínculo de la Psicología y la comunicación en el matrimonio con la noción de “percepción subliminal”, algunos llamamos la atención sobre lo que considerábamos un “desafuero”: ¿cómo entender algo que se percibe fuera de los umbrales de percepción? Si se percibe entonces está dentro de los umbrales de percepción. Otra cosa es decir que, hay percepciones de diferente tipo, incluso que hay percepciones no conscientes y que desde su “condición inconsciente” pueden hasta polarizar el comportamiento de una persona. Contradicciones de la historia: la Psicología experimental sirviendo de sustento a la psicología fenomenológica, al psicoanálisis freudiano.

No estaría de más decir que existe un “no se ve” que está inscrito en las particularidades mismas de los “aparatos de la visión” (si alguien duda de que la visión tiene más de un aparato puede acceder gratuitamente a http://www.elprincipito.com – “He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos”). El daltonismo existe. También la debilidad visual y la ceguera. Es larga la lista de los determinantes anátomo-funcionales, estructurales del “no se ve”. Pero, debo confesar, como simple anticipo de uno de los lugares a los que iré a parar, que me adhiero a la conocida sentencia confirmativa de que “no hay peor ciego que quien no quiere ver”.

Los que estudiamos las leyes de la percepción primero con la “Gestalt” (Köhler, Koffka), más tarde con los experimentalistas comportamentales (Gibson, Morgan) y luego, como era de esperar, con los psicólogos soviéticos de la “percepción como actividad” (Guipenrraiter, Leontiev), sabemos que las razones del “no se ve” o “cuesta trabajo verlo” son variadas: los psicólogos reconocemos la influencia del contexto en el que el “estimulo” se presenta (efecto camuflaje), la dominancia relacional (figura y fondo), efectos de halo. Reconocemos las alucinaciones escotómicas (no es solo ver lo que no es, sino también no ver lo que es), los efectos postraumáticos de ciertos sucesos, los procesos de inhibición de huellas, los estados alterados. Más aún psicodinámicamente identificamos la represión, los mecanismos defensivos en general, la apercepción, las normopatías. En fin, tenemos una “biblioteca psicológica” para explicar porque algo no se ve. Incluida la audiencia, el público.

Entonces, dicho lapidariamente, en la tradición “científica” de la Psicología (somos una ciencia, no se si para bien o para mal) lo que es invisible “es”, solo que “no visibilizado” o “no visible” circunstancialmente. Y, generalizando en síntesis esencial, lo que es que no es visible lo es por dos órdenes de cosas: invisibilidad metodológica e invisibilidad epistemológica.

Y, para que no se interprete mi afirmación precisamente como “alucinante”, hago una aclaración. Hablo de todo aquello que pertenece al mundo de lo “real-objetivo”. Con Lacan, y desde antes, con Kant, distinguimos “lo real” y “la realidad” en las dimensiones de la experiencia humana. Nosotros percibimos “la realidad”, y la realidad es una construcción subjetiva emergente de la confluencia de lo sensorial y lo experiencial (histórico, cultural). Es subjetividad. “Lo real” trasciende la realidad, la incorpora como “otro”, como intersubjetividad, es un espacio de penetración infinito con el que interactuamos por medio de su “construcción hipotética”, la realidad, y que se corrobora en la praxis (contextual e histórica – recordemos las Tesis sobre Fuerbach de Marx). “No hay de que asustarse, - digo usualmente a mis alumnos – el universo es real e infinito. Penetraremos cada vez más en su conocimiento, pero no dejará de ser ni real, ni infinito”. Así la realidad subjetiva deviene real e infinita, como el espacio de la que emerge: lo real.

Entonces, cuando hablo de lo invisible como “lo que es” pero “no es visible” tengo un recurso lógico argumental para entender tal situación. O bien el asunto es un déficit en “los instrumentos” que permiten hacer visible lo invisible. Y entonces el asunto es del orden de lo metodológico. O bien se trata de un déficit en la pertinencia misma de la visibilidad. Entonces el asunto es del orden de lo epistemológico. Dicho de otro modo o no lo veo porque no tengo cómo verlo. O no lo veo porque su visibilidad no está presupuesta en mi paradigma de referencia.

¿Pero cómo puede el orden de lo metodológico hacer invisible un objeto (sea la audiencia, o el público)?. En los mismos altares convencionales de las construcciones metodológicas está la respuesta. La lógica, aún hoy dominantemente racionalista tiene un canon perverso (en realidad más de uno): “lo que “es” para una praxis científica, es solamente lo que sea traducible operativamente, instrumentalmente. El método interpuesto construyendo lo que estudia. No responde al objeto del conocimiento, – “Nada es tan malo como para que no pueda empeorar – Murphy”: lo construye. La metodología “crea” el objeto de su conocimiento y lo sacraliza como real y testimonialmente único.

En este sentido se legitima las tesis de Ang (1991): Lo que es la "audiencia" se define desde las necesidades de la industria y de la investigación. Es una construcción funcional y no un objeto de estudio que pueda aprehenderse. “Es exactamente esta asunción la que inadvertidamente se da por descontada y se reproduce en la mayor parte de las investigaciones académicas de audiencias" (Ang, 1991: 11). La audiencia deja de ser una realidad ontológica para tramitarse como “objeto discursivo”. A la audiencia la hace el discurso. No importa si desde Kant sabemos que una definición no implica la existencia de algo ("Crítica de la Razón Pura"), a no ser la existencia de la propia definición. Para salvar el “escollo” tenemos a la metodología. Metodológicamente a la audiencia la hace el método, obviamente y esto es muy importante, desde la intención que lo selecciona (lo construye, lo sustenta, lo legitima). La audiencia visibilizada es, al final, una ficción del método y hace invisible a la audiencia probablemente real.

Estamos, contextualizando psicológicamente, ante la lógica de Thomas “si el hombre define situaciones como reales, ellas son reales en sus consecuencias”. Es el sustento de la “brujería”, de “la histeria” y quién sabe si de la Psicología pre y racionalista. En otros textos he hablado del “Modelo autofagocitista” de ciencia. Lo extiendo al campo de la metodología prefiriendo la denominación de Alsina: “el modelo autista”. La metodología hace conversar a la representación que se tiene de la audiencia consigo misma. Un diálogo en el que la audiencia potencialmente real, como el deseo inconsciente esta “perdida desde y para siempre”.

Para “convencer(ce)” se acude casi hasta el paroxismo al esotérico mundo de los números. Su aliado: la estadística. Porcentajes, medias, medianas, covarianzas, factores, en fin “éramos poco y parió la gata”. Como si no supiéramos que cualquier estadística bien torturada acaba por darnos la confesión que queremos. “La audiencia” invisible tras una cortina de números. Un intermediario “oportunista” nos dice traducir la voz en dato, la opinión en cifras, el deseo en “chek marks”: las encuestas. Por cierto la medición de “audiencias” vía encuestas es hoy como el antecedente prehistórico del problema. Ahora se sofistican los procedimientos. Ahora tenemos “Real Time” un “people meter” individual que en muy pocas horas nos regala los más sofisticados “shares”. Sigue en pie y se incrementa la dictadura del “share”. Para nosotros no se trata tanto del “share” cuanto de las “tesis” que lo anteceden y respondiendo a Mocedades “lo toman o lo dejan”. La primacía metodológica instrumental del “cómo” al final queda en manos del “quién”. Y no precisamente “quien habla”, sino “quien decide”. Esto es también otro orden de lo metodológico. Si establecer un “síntoma” de lo dicho tomaría como rehén a “los índices de audiencia”.

Insisto en que ando tras una aventura conceptual, lo que considero no “la ejecutoria de la realidad”, sino la prospección de lo posible. A los que además de pensar hacemos frecuentemente se nos intenta vulnerabilizar (digo como expectativa del atacante) con la distancia entre lo que “decimos” y lo que “hacemos”. Si el pensamiento no se adelanta a la acción estaremos condenados al mismo lugar. Nuestro hacer habla de nuestras realidades y posibilidades. Nuestro pensar de nuestras ansias y sueños. Toda teorización es onírica.

Los índices de audiencia realizan el intento de representar a la audiencia por sus características más simples (usualmente el nivel escolar, la edad, la zona de residencia, etc.). La audiencia se define por el subconjunto de los encuestados que, además de ser encuestados y de responder, cumplen con la condición de “impacto” (vio, escuchó, leyó, etc.) La propia noción de “impactado” llama la atención: impactado es el objeto del impacto. El encuestado, por necesidades de la investigación (premura, cordura y mesura) responde a lo que se le pregunta. Entonces se gestan los datos: cuantos ven y cuantos no ven; que ven y que no ven. Las “mediciones” hablan acerca de lo que se les pide que hablen. Al final se descubre el sentido del “interrogatorio”: provocar una reacción bajo control.

Pero desde que el paradigma behaviorista se descubrió como inoperante sabemos que la “reacción” bajo control habla más del estimulo que del respondiente. La audiencia existe como su expresión en el método y esta expresión, en el mejor de los casos, solo contiene la parte (mayor o menor, no se sabe) que en su “particularidad” coincide con la “particularidad” del método. Efecto doblemente marcado por el hecho de asistir dominantemente a los dominios de las metodologías cuantitativas. Como decía antes, el valor del número en primacía por sobre el valor de la demanda.

Salvando las enormes diferencia, y con profundo respeto a lo que hacemos en el accionar cotidiano, a veces todo esto me evoca un recuerdo “infantil”: Chorizo dice a Choricito que su caballo sabe leer. Ante la expresión de incredulidad del “petit clown” Chorizo despliega un periódico delante de los ojos del cuadrúpedo. Este, con expresión más inteligente que la de su amo mueve la cabeza, como siguiendo en disciplinada lectura lo escrito en la prensa. Entonces el amo orgulloso exclama: “No te dije Choricito que el caballo sabe leer”. Indignado por lo que a todas luces es un embuste Choricito decide ir en busca de una “experiencia crucial”- “Oye, Chorizo, pero dile que me diga lo que está leyendo para saber si es cierto” – a lo que el viejo payaso, que sabe más por payaso que por viejo, dice: “Un momento, Choricito, yo te dije que mi caballo sabía leer. No que sabía hablar”.

El método parece dejarnos leer sobre la audiencia, pero no la deja hablar. La descubre a su manera. Pero también, a su manera, la invisibiliza. Al final, si de televisión hablamos, entonces nos encontramos que “se está perdiendo en el laberinto de los datos de audiencia y no se puede afirmar con certeza que el público obtenga una televisión que responda más a sus necesidades o a sus gustos” (Cortés J.A.)

Se recurre (recurrimos) para salvar obstáculos (y que bien que el empeño persista por encima de la determinación) a “nuevas formas” metodológicas. Se habla de “metodologías cualitativas” – un exceso a mi juicio. Adecuado sería hablar de métodos o procedimientos cualitativos – Sin duda algunos sinsabores se salvan. Hay un mayor acercamiento al sujeto real, sobre todo como individuo. Hay una prominencia del texto vivido del “objeto de estudio”. Es un buen intento de promiscuar los sacramentos positivistas. Pero esto no significa necesariamente una modificación del tutelaje de la realidad por el método. Sobre todo porque las metodologías cualitativas siguen anteponiendo la explicación del dato (la información, el relato, las verbalizaciones) a su real connotación por el sujeto. La explicación es matriz de selección de “qué” se estudia, “quién” se estudia y obvio “cómo” se estudia. “A las explicaciones - señala Gómez – les antecede una forma de preguntar sobre aquello que se pretende explicar. Y eso, reiterando: es una acto conceptual, teórico” (Gómez G. 2006 p.465) Una forma de explicación.

Me he detenido en el Método como recurso de investigación, pero podría haberlo hecho en el Método como recurso de producción. Sobre esto hice una denuncia en un texto que titulé “Silencios que piden voz”. En el caso de la producción audiovisual sobre SIDA, en los años en que escribí el texto referido, las investigaciones epidemiológicas revelaban el predominio del contagio homosexual por encima de las tres cuartas partes del total de diagnosticados. Sin embargo la comunicación social – escribí - silencia la homosexualidad fenoménica del SIDA, que ya sabemos que no es estructural”. Allí mismo resalté la voz intertextuada desde Alma Mater de una joven profesora universitaria que decía: “somos los invisibles …a las lesbianas y a los gay ya no se nos trata de forma peyorativa en las leyes… Pero ahora, sencillamente, hemos desaparecido, y no existe una sola palabra que nos reconozca… no se nos ofende, pero tampoco se nos tiene en cuenta como comunidad urgida de protección en sus derechos” (Calvino M. 2004).

Las producciones instrumentales, operaciones praxológicas de las instancias metodológicas, también callan y hacen callar. Obvian, que es un modo de invisibilizar. Presuponen, que es un modo de invisibilizar. Redundan, que es también y con mucha fuerza, un modo de invisibilizar. Por cierto, ambas “invisibilzaciones” del método responden al “método de los métodos” cuando de praxis de investigación o de producción se trata: El método de tomar decisiones. Decisiones sobre lo que se ve o no, sobre lo que se oye o no. Decisiones sobre el decir y el callar. Sobre el silencio. Malas buenas noticias: el silencio es una voz.

No voy a detenerme más en esto. Solo recalco (recalque; recalcamento en portugués es el término que se utiliza en el lenguajear psicoanalítico para hablar de represión – “solo recalco”: “solo reprimo”… ¿qué?, ¿por qué?) que estoy intentando desarticular los/mis mitos metodológicos para avanzarLOS, que quiere decir “desmistificarlos”. Pero no estoy fuera de ese “potaje”. Soy afiliado, pero no adicto ni adepto, por exigencia laboral, por tradición profesional y porque, sobre todo, muchas veces no se qué otra cosa se pudiera hacer (como le pasa a casi todo el mundo). De modo que esto que hago es más un acto de imprecación, que un acto de execración.

Pero no olvidemos nunca que el método no es sino una extensión legítima o bastarda de su paradigma matriz. Ya sé que podemos aplicar “test” sin ser testólogos, o interpretar sueños sin ser psicoanalistas. He defendiendo y defiendo la independencia relativa del método respecto al paradigma de origen, del instrumento respecto a la intencionalidad del ejecutante (Calviño M. 1999). Reconozco además que las exigencias de tarea tienen prioridades e inevitabilidades de desempeño. Reafirmo la existencia de los límites temporales del saber. Todo esto es no solo legítimamente comprensible, sino sobre todas las cosas real. Pero todos los caminos nos conducen al “episteme”. Mientras toda la posmodernidad anda matando al sujeto, el posracionalismo no casualmente lo focaliza y alimenta. En la “generatriz metatranquista de las esencias” ambos tienen razón (como casi siempre pasa en el mundo etéreo de las discursividades). En el devenir cotidiano, en el que por cierto visibles o invisibles existen las llamadas audiencias, no hay discusión: el sujeto vive y, más aún, gobierna.

Las metodologías no nacen por obra y gracia del “espíritu santo”. Además de ser creaciones humanas son decisiones humanas. Esto nos vuelve al punto de “la invisibilización” (ahora, con toda intención, no hablo de invisibilidad, sino de invisibilización) epistemológica, la que es producida por la no presunción del objeto (representación de lo audienciable) en el paradigma dominante (y esto de dominante no hace referencia tanto al volumen, cuanto a la estructura de decisión).

Volviendo a mi “trabalenguas” original (que ya he asumido hasta con placer) sobre lo “invisible” (no lo invisible producido por la acción del joven científico Jack Griffin del clásico del cine de 1933, ni producido por la Capa de Harry Potter), intento llamar la atención sobre una “condición epistemológica”. Vuelvo a la insistencia: Ontológicamente “es”. Epistemológicamente “es no visible”. Y ahora agrego que esta condición epistémica de no visible es atribuible al tipo de “epistemología” que subyace en el modelo funcional del “perceptor”. De modo que estoy tomando partido por una idea a mi juicio instituyente de la discusión psicológica del asunto que nos ocupa: una audiencia es invisible porque esta oculta, escotomizada, epistémicamente de la realidad del “perceptor”. Es la construcción subjetiva del perceptor quien la hace imperceptible (invisible).

Estoy dando un salto “epistemo-poético”: “El ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas; / es ojo porque te ve”(Antonio Machado “Proverbios y cantares”). Y ahora un pecado semimperdonable: “La audiencia que ves no es audiencia porque tú la veas; es audiencia porque te ve”. Si no la ves pero te ve es audiencia “desconocida”. Si no te ve pero tú la ves, es audiencia “fictica” (aparente). Si te ve o no, pero igual tu no puedes verla es “audiencia invisible”. ¿Por qué no puedes y ella sí te puede ver?

El perceptor, el sujeto de la “posible visibilidad”, tiene una barrera “epistemológica” que “invisibiliza” a la audiencia. No puede verla diría desde la tradición cognitivista de la psicología. No quiere verla diría la tradición dinámica. Lo cierto es que no la ve. Y esa “invisibilización”, que fanfarriosamente he denunciado como epistemológica, es, por decirlo en términos de las nociones psicológicas extensas, actitudinal.

He llegado a un punto de sumo interés (justo cuando estoy a punto de detenerme). La invisibilidad no como cualidad del objeto (intrínseca o contextual), o como resultante del sistema de procedimientos, sino como situación del que percibe. Y otra vez mi “ciencia matriz” tiene comentarios interesantes que hacer que pueden ayudar a entender la “perseguida” invisibilidad de la audiencia en su institución epistemológica, paradigmática. Me permito una revisión de rutina, apresurada sin duda.

La primera responsabilidad en esta “ceguera paradigmática” es, ha sido, casi siempre condicionada al conocimiento. Resuena sabia aquella sentencia según la cual “no conocemos lo que vemos, sino vemos lo que conocemos”. Es cierto y, como todo lo cierto, polémico. Pero la ceguera del conocimiento, si de conocimiento es, es transitoria. Solo que esta “situacionalidad” será o no superada si, y vuelvo a la carga, el paradigma de referencia la “prevee” como salvable. Lo que cambió Copérnico, lo que cambió Galileo, no fue el conocimiento del Sol o de la tierra, sino el paradigma de su comprensión. Invocaron la mirada paradigmática alternativa que suponía una posibilidad de visión de lo que no se veía. Ingenieros llevaba razón cuando decía que hay situaciones en las que no vale mucho cambiar las fichas, lo que hay que cambiar es el juego. El avance es potestad de un paradigma. El desarrollo de su sustitución. La “invisibilidad congnoscitiva” denuncia el carácter o la capacidad de avance dentro del paradigma. Lo Invisible epistémicamente testimonia la incapacidad de avance más allá de los límites del paradigma.

El asunto es que el propio funcionar del paradigma genera la invisibilización de ciertos elementos. Dicho en la tradición marxista como paráfrasis del “Manifiesto”, crea “todo paradigma crea su propio sepulturero”. Es precisamente la invisibilidad de sus agentes potenciales de cambio lo que el propio paradigma “produce” como su contradicción potencialmente generadora de cambio.

Desde la Psicología he “responsabilizado” conceptualmente a tres fenómenos que instituyen, repito psicológicamente, la invisibilidad de la audiencia desde el “perceptor”, entendido aquí como el continente sujeto individual, grupal o institucional del paradigma: la resistencia, la familiaridad acrítica y el propium prejuicial.

En el caso de la “resistencia”, muy montado en las tradiciones psicoanalíticas y psicodinámicas, la referencia es a ese suceso de significado funcional capital que se observa ante los procesos de cuestionamiento exterior o interior de los sistemas humanos, ante los procesos de cambio, ante cualquier cosa que signifique la “puesta en duda” de la eficiencia, adecuación o pertinencia de dichos sistemas. En su “Essais de Philosophie generale” Dunan presenta la resistencia como una cualidad primera de los cuerpos incluso asociado a la construcción de identidad (lo que se resiste existe: resistencia es índice de autonomía). En la obra de Pichón Riviere la resistencia se asocia al temor a la pérdida (temor depresivo) y al temor al ataque (miedo paranoide). En cualquier caso la función de la resistencia es defensiva. El problema se nos presenta porque este principio defensivo de la resistencia tiene como estructura impelente el automantenimiento (protección) del paradigma. Resistir es mantener lo que está, tal y como está, y en este sentido produce inmovilización paradigmática. No solo “no ve”, sino que además clausura la posibilidad de verlo.

Ante la en ocasiones “impertinente” acción “destructiva” (cuestionadora, duditativa, crítica), la resistencia llega a la exclusión. Tramitada luego como “autoexclusión”: el paradigma brinda una opción de integración (siguiendo el principio de más de lo mismo: “acepta y serás aceptado”). Si los “contendientes” no aceptan, se han “autoexcluido”. La razón del poder, diría Foucault, convertida en incapacidad del “contrincante”. Lógica perniciosa de la que es responsable la misma funcionalidad del paradigma.

La llamada “familiaridad acrítica” llama la atención sobre un suceso reconocible: la permanencia de un objeto representado (llámese modelo de audiencia) en el campo fenomenológico, la estructura interna del paradigma, promueve con el tiempo la aparición de un vínculo indiscriminante con dicho objeto. De esto resulta que este (el objeto representado) se incorpora simbióticamente al campo perdiendo el sujeto la posibilidad de diferenciar en dicha situación la presencia de nuevos objetos, o nuevas características del objeto representado que denuncia su modificación. La familiaridad acrítica se revela entonces como una incapacidad del “perceptor” de detectar la disfuncionalidad de la representación del objeto o del sistema. Es un “acostumbrarse” que supone, como la resistencia, la inmovilidad del sistema toda vez que no percibe la presencia de cualquier nuevo elemento que contenga la necesidad (demanda) de cambio, corrección, modificación del paradigma.

Por último, sin decir con esto que se cierra la comprensión de otros mecanismos funcionales de freno metodológico del paradigma del perceptor, se observa el “proprium prejuicial”.

La psicología social ha recopilado evidencias que hacen pensar que el hombre tiene una propensión al prejuicio: tiende a hacer generalizaciones basadas en estereotipos que le permiten simplificar su mundo de experiencias. Siguiendo a Allport, la vida es tan rápida y las exigencias de adaptación tan grandes que somos impelidos a ordenar y clasificar los sucesos del mundo en categorías amplias generalizadas y poder así satisfacer nuestras necesidades cotidianas de adecuación. Estas generalizaciones, al perder su reversibilidad, se convierten en prejuicios. El prejuicio actúa como una forma de pensamiento autista, es decir, un proceso inconsciente y subjetivo que no necesita de una racionalidad para validarse. Es dado como un “por supuesto”. Muchas de estas “elaboraciones generales” al compartidas por los sujetos se convierten en normas estereotipadas de percepción. Las instituciones como organizaciones sistémicas de seres humanos, con canales de comunicación, estructuras de subordinación, etc, en las que nada le es ajeno a nadie, tienen prejuicios, son portadoras de prejuicios. Algunos compartidos por la mayoría. Otros existentes en algunos de sus grupos formales e informales (incluidos los grupos de poder, los que gestionan decisiones). Y estos prejuicios conforman un modo propio de dicha institución de afrontar ciertas situaciones, siendo que de alguna manera terminan ejerciendo una influencia sobre los modos de comportamiento intrainstitucionales y extrainstitucionales. A esto le denominamos “proprium prejuicial”. Y siendo un modo perceptivo de “tamizar” la información de entrada se convierte en un “paraban” del paradigma dominante.

Abro y cierro una puerta, en cadencia de inmediatez educada, porque tras ella hay tanto material que no podría abarcarlo sin la adjudicación de al menos un año “domingático” (tanto he aspirado al sabático y no lo he conseguido que busco nuevas alternativas). En el diálogo audiovisual que las producciones comunicativas suponen “perceptor” es todo sujeto implicado en el proceso. La disfuncionalidad de todo paradigma de cara al desarrollo no es “privilegio” de los paradigmas “dominantes”, es también de los “no dominantes”. Digo más, en la medida en que un paradigma dominante es más “normativo” suscita paradigmas alternativos con muchas comunidades incluso esenciales con el otro paradigma. Esto es una realidad observable incluso en los “macro sistemas” sociales. El paradigma de “oposición” contiene parcialmente al paradigma “opuesto” (oposicionado, creo que se entendería mejor). Toda ruptura lleva un germen de continuidad. Aprendimos que es apenas en la segunda negación donde se produce la instauración de lo inicialmente negado.

Esto nos lleva a dos grandes vertientes de análisis. La invisibilidad del “no veo” (sobre la que hemos hecho los apuntes anteriores en base a lo que reconocemos como el paradigma dominante) y la invisibilidad del “no me veo” (el paradigma del excluído). El público que no se percibe (no se reconoce, no se identifica, no se supone) en el producto comunicativo y por ende no deviene audiencia (al menos estable). Esto es un fenómeno muy interesante que atraviesa diferentes peculiaridades psicológicas. La famosa sentencia según la cuál “al que le sirva el sayo que se lo ponga” se presenta con un inconveniente: muchas veces a quien le sirve el sayo, no ve que le sirve. No ve que fue hecho (dicho) para él/ella/nosotros/nosotras/ellos/ellas. Y esto es algo que no se descubre (no voy a volver atrás, solo estoy reconfirmando) con las clásicas mediciones de audiencia, especialmente las sustentadas en estadígrafos descriptivos. Pero repito, intentar pensar este asunto en voz alta (o en blanco y negro) es una tarea que trasciende con mucho los límites de lo que ahora me permito (y me permiten).

¿Pero resulta ser un “trastorno” (esto es una categoría psicologizante) el que una audiencia u público sea o no invisible? Si no encontramos un “sí” contundente todo lo que pueda ser pensado, analizado, descubierto o sustentado en esta mesa resulta altamente injustificado. El asunto es que una audiencia invisible (invisibilizada) convoca sentimientos de injusticia, inequidad, exclusión. Un paradigma invisibilizador tiende al egodirectivismo, al anquilosamiento, a la pérdida de sentido real de una práctica comunicativa, cualquiera que esta sea. Públicos y audiencias invisibles son actores sociales a quienes se les dificulta su inserción social, su socialización, su integración con legitimidad y protagonismo. No son en el sentido pleno de la palabra actores. En todo caso serán “detr”-“actores”. Y como públicos y audiencias serán puestos a merced de quienes lleguen a ofrecerle por enmienda los vestigios finiseculares de la desidia, la miseria espiritual, la “chatarra pseudocultural, la tontería. Y es aquí donde se justifica, porque se necesita, producir acciones encaminadas a aumentar la visibilidad como acto de incorporar, coparticipar, co-construir.

Intensificando el paso de mi ya casi insoportable intervención me concentro en señalar dos opciones a considerar en esta anchura del diapasón de visibilidades.

La primera tiene que ver con la necesidad de desestructurar, desmontar, desmistificar los encuadres actitudinales (paradigmas epistémicos) de la invisibilidad del tipo “no veo”. Entre ellos el paradigma “for your own good” o “yo se lo que te conviene (necesitas)”. El paradigma “esto es una decisión política”. El pardigma “yo soy el jefe”. El paradigma “a la gente lo que le gusta es eso”. Todos contenedores de una falsa noción de la representatividad (mi pensamiento representa el pensamiento de todos). Y digo más, siendo quien sabe si flexiblemente ortodoxo, desmontarlos no tanto, por su condición de “paradigma”, sino por su condición de “incuestionables”, positivistamente verdaderos (verdades únicas y absolutas), predeterminadamente adecuados.

El asunto no es representar a la “audiencia”, sino hacerla participar. Entre la “representación” y la “sustitución” (ocupar el lugar de) solo hay un paso: “creerse cosas” (como dicen mis hijos). Y entre la sustitución y la “exclusión” (quitar el lugar de) también no falta mucho. Solo tener poder.

De donde arribo a mi segunda consideración: la invisibilidad no tendrá una recuperación de contornos mientras el perceptor se quede en la condición de “imagen especular”. Me veo o no me veo en el espejo. Se ven o no se ven en el espejo. ¿Qué tengo que hacerle al espejo?. El asunto es mucho mayor. El asunto es de participación, de construcción. Pasar de una epistemología de la unilateralidad a una de la multirateralidad, de un “episteme” egocentrista (egosujeto, egogrupo, egoinstitución) a un episteme de construcción colectiva.

Es posible que algunos piensen que alucino. Ni yo mismo lo dudo. Pero es poco aún. Repito con otras voces que plantear el asunto exclusivamente como una cuestión de visibilidad y acceso a los circuitos de la comunicación masiva, por parte de los grupos y sectores sociales que coexisten hoy en condiciones de desigualdad, es no solo reducir un problema a sus "síntomas visibles", sino renunciar a la posibilidad de re-pensar la comunicación no en sí misma, sino en relación con los deseos y con los proyectos que son su motor no es un problema de emisores y receptores, ni de simulacros de representación de actores sociales en los distintos medios de comunicación… es la lucha por la legitimación de la palabra propia en el contexto de las múltiples voces” (Reguillo R. 1998)

Bibliografía referida en el texto


Ang I (1991) Desperately Seeking the Audience, London & New York, Routledge.

Cortés J.A “Cautivo en el juego de las audiencias de TV. El espectador «espectado» http://www.nuevarevista.net/2004/febrero/nr_articulos91_4.html

Calviño M (1999) “Psicología y Marketing. Apuntes para el posicionamiento de la Piscología”. Editora Política. La Habana, Cuba.

Calviño M (2004) “Actos de Comunicación. Entre el compromiso y la esperanza”. Editorial Logos. La Habana, Cuba.

Gómez G. (2006) “Algunas apreciaciones sobre lo cualitativo y lo cuantitativo en investigación psicosocial”. En: Hacer y Pensar la Psicología. Asebey A; Calviño M. compiladores. Editorial Caminso. La Habana. pp.445-474.

Reguillo R (1998) “Derechos humanos y comunicación. Un malestar invisible: derechos humanos y comunicación”. Chasqui. Nº 64.

Rodrigo Alsina Miguel (2001): “Teorías de la comunicación”. Barcelona. Aldea Global


Oda a mi generación



Oda a mi generación: los actores de los setenta.

Texto en tres partes:

I. Allegro recordatorio emotivo

II. Peccata minuta

III. Exaltaccione laudatoria


Prof. Manuel Calviño


I. Allegro recordatorio emotivo


Se supone que haga yo una suerte de panegírico de tres generaciones de psicólogos. Se ha pensado que estoy apto para hacerlo. Yo mismo, hasta que en la tarde de ayer me detuve a pensar en el asunto, creí que sería fácil. Pensé que no me sería complicado recordar las peripecias de Diego González Martín olvidando su “cacharro” en cualquier punto de la geografía ubicado entre San Miguel, Infanta, Valle y la Colina universitaria. Creí que, aunque no fuera de muy buen gusto, me perdonarían el recordar aquel coro de precarias voces, pero excelentes piernas (tan excelentes que estando entre ellas sus voces eran celestiales). Supuse que sería sencillo toda vez que está superada la época en que Rafael Alvisa fue casi estigmatizado como “disidente” no político, sino institucional, a pesar de haber sido, haciendo crecer la “Psicología General” de Miller, un contribuyente de primera línea a la propulsión motivacional de muchos, la mayoría me atrevo a decir, de quienes lo tuvimos como profesor. Como no encontrar hasta placentera la posibilidad de agradecer a profesores y trabajadores de la talla de Anibal Rodríguez, de Ernesto González Puig, la Dra. Maria Teresa Sansón. Como no agradecer la oportunidad de hacer que Alvaro volviera a cantar sus tangos, reinstituir la imagen histriónica de Panchita, el trabajo de los dos últimos bibliotecarios “modelo alejandría”: Martínez y Bertha. Andar de nuevo por los pasillos y encontrarme con Dominga y su dinastía. Volver a sentir el “aire acondicionado” en los Salones y aulas de la Escuela. A Ana Luisa aún la tengo cerca para no dejarme decir Juan Piaget. Hay tantos recuerdos. Hay tanto agradecimiento. Me desbordan emocionalmente.

No podría ser difícil referenciar una época en la que como nunca antes ni después la enseñanza universitaria fue un “construcción colectiva de conocimiento”. ¿Cuántos “profesores emergidos” tuvimos? ¿cuántos fuimos profesores “emergenciados”? Pensé que sería esta una buena oportunidad para darle mi-nuestro agradecimiento a muchos de los compañeros de trabajo de hoy que asumieron roles esenciales para que pudiéramos graduarnos. Solo algunas: Albertina, Mayra, Mara, María, Martha”s”, Maria Elena, Carolina, Gloria, Irene, y para que no me acusen de sexista entonces Miguel, Armando, Pineda, Dieguito.

Hasta la mañana de ayer domingo me creí en condiciones de hablar de los que llegamos sin saber muy bien por qué. De los que habíamos vivido la mayor parte los sesenta fuera de la institución universitaria. Podría hablar de Bertha, la gallega, sin tener que hablar de “Elpidio Valdés”. Podría recordar con aliento y sonrisa a Verónica Canfux, que se nos fue antes de tiempo. A Juan Báez que también lo hizo, pero por decisión propia, creo que im-propia. Al duo “sapientis” – Román, Mayor. Al irreverentemente eclesiástico Reinerio. Pasan por delante de mi Raulito, Nino. Enfrascados en luchas titánicas para descifrar los folletos manchados en “stencil”, permutándose un libro para varios. Pero se me olvidan los nombres, o sencillamente se me co-funden en los años posteriores en los que ya no éramos de uno u otro año. Éramos los psicólogos.

Todavía más cerca me quedarían los que llegaron después, que ya eran más numerosos. Los “adelantados” – Ovidio, Hirám (otro ausente prematuro), Luisa Vidaurreta, Luisito. Los que asumían protagonismos de auténticos líderes políticos y estudiantiles – Fernando. Los del pelo largo – Cento. Maritza que Eligió el puente que enlaza territorios. Aquella “boliviana espectacular” perseguida con los ojos de los que supimos aprovechar el “make love not war” para avanzar en el logro de una mayor libertad sexual, y luego la convertimos en motivo de combate profesional. Alicita lo sigue haciendo hasta hoy y se lo agradecemos todos. Sería fácil acordarme del negro Pozo, de Germán González Chirino, que ingresó antes que yo y, no se cómo, pero un buen día resulte ser su profesor. Almiral, y a su lado Pilar, Miguel Ángel y otros no teniendo el inhumano don de la ubicuidad, pero gozando de las prerrogativas de la época (que como muchas cosas luego de ser sentenciadas a muerte renacen por fuerza propia), empezaron con unos y terminaron con otros.

De los que en desorbitante matricula de ciento ochenta entramos en el setenta pensé que me sería muy sencillo hablar. El trío “los cuestionados”: Beatriz, Pepe, Cepero. Las compañeras y compañeros de la línea fuerte – Patricia, Norma. Las búlgaras que por poco tiempo inundaron con olor “distinto” las últimas filas del aula uno. La “dorogaia” Irina. El amor entre el Vedado y La Lisa. Pensé que podría hablar del “soldadito verde”, Julio Cesar, que en su siempre impecable uniforme verde olivo las mata(ba) callando. El duo “los pioneros” – Omar y Yo, llamados así por una cierta predilección por las psicólogas de años superiores o recién graduadas (luego resultó exactamente al revés…. Bueno primero se gana experiencia y luego se revierte en los “nuevos horizontes”). El “yugo Alhama” irrumpe desde ayer, pero hoy con un halo bien ganado de sabio. “El decano” le dicen muchos. Méndez Acosta que con Jacinto se fue a la “Pesca” y allí sigue creativo y comprometido. Leonelo, a quien el amor llevaba hasta Jaruco. (No era tan difícil en la época). Eumelio escandalizó con sus pinturas “eróticas” a más de uno en 12 y malecón. Maria Elena sigue Leal. Desde Oriente llegó Miriam Musle que con el acento cantado de su tierra natal en una memorable clase de la duda cartesiana le pidió al profesor Agustín: “explíqueme otra vez como es eso del co(g)ito”. “Cogito,querida, cogito ergo sum” le ripostó el invidente quien sabe imaginando que cosa.

La Escuela era la casa. El patio, los pasillos, nuestro territorio natural. Circulaban buenos sentimientos. No había indiferencia. Todo era “al rojo vivo”. Y mientras, en la radio de al lado, se escuchaba a Nino Bravo cantar “porque te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, y hasta el fin te querré”. Luego en el Habana Libre por poco más de dos pesos nos servían algo de comer y beber. Pello el Afrokán se desvanecía con sus despampanantes tambores y bailarinas. Pero el Festival de Varadero se constituía como “reivindicación de los gustos juveniles”. Ya Silvio se lanzaba contra “los perseguidores de cualquier nacimiento”. Consumíamos el cine cubano de marcado compromiso político, pero nadie se perdía “La Tulipe noire”, “El hombre de Rio” y también “Vivir por vivir” o los “Besos robados” de Truffaut (que nos llegaron todas con unos años de atraso).

Si incluyo a la “diáspora” entonces más allá de reactivar conceptos que prefiero queden en el olvido emotivo, la tarea se me hace más difícil. En todo caso Armengol es hoy columnista del Nuevo Herald. Alberto, que seguramente interpretará a su manera el “acoso” de la época, volvió y vuelve a hacer teatro en este país en el que “no se puede hacer nada”, según me dijo un día. A Prida me lo tropecé en Internet hablando una cantidad de sandeces que me dio vergüenza ajena.

No se puede odiar a quien tiene un espacio en la memoria emocional. Aún cuando se valoren sus decisiones en el discutible espacio de lo errático, aún cuando no se compartan las mismas tesituras ideocosmovisivas, sociopolíticas, aún cuando en momentos de exaltación las desmedidas superen a las racionalidades, no hay razón para el odio, la enemistad. No toda diferencia es un conflicto. No todo conflicto es una contradicción. No toda contradicción es un antagonismo. Escudriñador como era del alma humana, Martí reconoció: “los pueblos se encarnizan en amar, como en odiar; y suelen amar con tanta injusticia como a veces odian”. El amor es un sentimiento intrínseco a la Psicología: Psiqué fue el gran amor de Cupido y desde entonces sin amor es imposible hacer Psicología.

Todo parecía sencillo hasta ayer en la mañana. Luego en la tarde cuando me dispuse a cumplir con el ineluctable procedimiento de “prepararme”, todo comenzó a complicarse.


II. Peccata minuta


Cuando cumplí los cincuenta años hice una opción cercana al estructuralismo lacaniano y la irreverencia ortográfica. Nada personal. Todo conceptual. Decidí escribir cincuenta con “s” (sin-cuenta), y comencé a vivir la tercera y última parte de mi vida con una afiliación menos de pasado y más de futuro (al fin y al cabo mi futuro es bien menor que mi pasado). De modo que no me gusta mucho este ejercicio de mirar atrás (rectifico, mirar atrás siempre ha estado entre mis favoritos), este ejercicio de mirar al pasado. Se me hace complicado. Usualmente dejo la tarea para los historiados. Me mantengo en el equipo de “los cuenteros”. Tengo más vocación de Onelio Jorge Cardoso que de Benjamín Wolman o de Yarochevsky.

No menos complicado se torna el asunto cuando se trata de lograr que un perfil oratorio de corta duración encuentre el beneplácito de la memoria de cerca de trescientas personas que ingresaron en la Escuela de Psicología entre los años 1968 y 1970, una buena parte de las cuales se graduó en los años 1972, 1973 y 1974. Pero de alguna manera esa es la encomienda que la Junta Directiva de la Sociedad Cubana de Psicología ha puesto en mí y aunque tome un rumbo personal tengo que hacer las veces de representante.

La Presidenta, Patricia, me dijo: “Serán homenajeadas tres generaciones de psicólogos y psicólogas”. Y la noción de generación se me antojó instituyente. Es como un “ejercicio de pie forzado” (y esto no es ni atípico, ni inusual, ni extraño para las personas a quien debo referirme en este texto). Pero ¿qué define a una generación? “Generación: Conjunto de todos los vivientes coetáneos.|| Conjunto de personas que por haber nacido en fechas próximas y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, se comportan de manera afín o comparable en algunos sentidos”. Somos, y esto quizás sea solo un artilugio para la construcción de hipótesis, la generación de “los setenta”.

Somos la generación que nació entre el 47 y el 51 del siglo pasado. Vivimos en el capitalismo y en el Socialismo (en la destrucción del primero y la construcción del segundo, aunque por momentos se interpolaron los procesos). Éramos demasiado niños para entender los desmadres y atrocidades de la dictadura batistiana, demasiado pequeños para alzarnos con los barbudos. Algunos comenzamos nuestra macrosocialización con las Brigadas de Alfabetización (“Cuba: estudio, trabajo, fusil, lápiz, cartilla, manual, alfabetizar. Venceremos!”), otros con las Brigadas Juveniles (“uno, dos, tres, cuatro, comiendo mierda y rompiendo zapatos”). Otros llegamos a ser “pioneros” (“no había más que un coco, y era el Tío Sam, Fidel lo echó de Cuba, y nunca volverá”). Fuimos los niños y los adolescentes del tránsito. Conocimos todo el ingenio de la inventiva de planes: de educación, de reeducación, de formación, vacacionales, vocacionales; y por supuesto los económicos: la pangola, el cordón de la Habana, la agricultura extensiva de Voissan, Niña Bonita, la libreta, los grupos y casillas de la libreta industrial, los juguetes clasificados. Muchos de ellos son apenas espectros etéreos del recuerdo, otros a punto de obtener su “Guinness World Record”. Pero para no extenderme me concentraré en los años de ingreso a la Universidad.

Nuestra formación profesional nació, se extendió, en la primera mitad de los años setenta. Comenzó a realizarse en esta década. Los que nos antecedieron vivieron la efervescencia de “los diez millones van”. Nosotros la del nacimiento de “Los Van Van”, porque los millones no fueron. La Revolución victoriosa sufría una derrota, “una derrota moral incuestionable”, como la calificara su máximo líder. Yo estaba allí, el 19 de Mayo, en el pequeño parque con una fuente cuadricular que ocupaba el espacio en el que hoy se extiende “La tribuna”, cuando Fidel dijo: “Pero si ustedes quieren que les diga con toda claridad la situación, es sencillamente que no haremos los 10 millones… No voy a andar con rodeos para decirlo. Creo que para mí, igual que para cualquier otro cubano en un grado muy alto, significa realmente algo muy duro… tal vez más duro que ninguna otra experiencia en la lucha revolucionaria. ..Y creo que nunca más, ojala que nunca más me vea en el amargo deber de dar una noticia como esa”. Nos habíamos equivocado. El esfuerzo monumental no había rendido los frutos previstos. El llamado era a convertir el revés en victoria.

La propuesta de una zafra descomunalmente inmensa en comparación con cualquier zafra anterior respondía a una necesidad económica. El país parecía entrar en una situación económica muy difícil. Los problemas organizativos que se conocieron evidenciaron una dificultad institucional en la sociedad cubana. “…la frustrada zafra del 70 o Zafra de los Diez Millones… dejó al país exhausto. Sometida al bloqueo económico imperialista, necesitada de un mercado estable para sus productos —el azúcar, en especial—, Cuba tuvo que definir radicalmente sus alianzas. Hubo un acercamiento mayor a la Unión Soviética y a los países socialistas europeos. En 1972 el país ingresaría al Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), lo que vincularía estructuralmente nuestra economía a la del campo socialista”.

A partir de este momento, de la mano de los países socialistas, especialmente de la Unión Soviética, comienza a desarrollarse un modelo de construcción estatal que se alejaba de la dinámica vivaz y adhesiva de los primeros años. El costo de los errores, en mi apreciación, que se acompaña con la de muchos especialistas, fue el establecimiento de nexos excesivamente comprometidos con el modelo soviético de desarrollo socialista.

Se inicia un proceso de “institucionalización” que derivó hacia la aparición de una burocracia administrativa y política de dimensiones y poderío difícilmente imaginables. Como señala Martínez Heredia “la creatividad y la capacidad de iniciativa de los seres humanos, lo más preciado que tiene Cuba, se verán frenadas, cuando ellas favorecen que cada uno se sienta realizado dentro de la sociedad. Esta burocratización, y lo que ella supone como rotura y atomización del pensamiento social, impidió toda reflexión sobre nuestros problemas y también sobre nuestro proyecto… provocó que el entusiasmo decayera y que se sustituyera por fórmulas rituales. Que la lengua se vaciara de contenido”. (Fernando Martínez Heredia 2009)

La burocracia se erigió como “traductora” y “fiscalizadora” del pensamiento vivo de la revolución, extralimitó el ejercicio del verticalismo democrático, o centralismo mal interpretado. Vivimos la enorme dificultad de las traducciones, de los traductores dogmáticos, esquemáticos y superficiales. Fidel dijo en la clausura del Primer Congreso Nacional de Educacion y Cultura (30 de abril de 1971): “A veces se han impreso determinados libros. El número no importa. Por cuestión de principio, hay algunos libros de los cuales no se debe publicar ni un ejemplar, ni un capítulo, ni una página, ¡ni una letra!”, y ahí aparecieron los interpretes que “desaparecieron” el libro de Allport La Personalidad” porque hablaba de campos de concentración en la Unión Soviética, las “Obras escogidas de Freud” – pensador burgués y perverso (ambos publicados por Ediciones Revolucionarias). Fidel dijo en la Escalinata un 13 de Marzo: “Muchos de esos pepillos vagos, hijos de burgueses, andan por ahí con unos pantaloncitos demasiado estrechos; algunos de ellos con una guitarrita en actitudes “elvispreslianas”, y que han llevado su libertinaje a extremos de querer ir a algunos sitios de concurrencia pública a organizar sus shows feminoides por la libre… Que no confundan la serenidad de la Revolución y la ecuanimidad de la Revolución con debilidades de la Revolución. Porque nuestra sociedad no puede darles cabida a esas degeneraciones. La sociedad socialista no puede permitir ese tipo de degeneraciones”; y ahí aparecieron los perseguidores de los que hacían Rock, de los pelos largos masculinos, de los pantalones estrechos y sin bajos, de los homosexuales. La exclusión, la satanización, el combate contra los distintos.

Solo en el orden de las evidencias cito un texto de la Revista Mella, órgano oficial de la Juventud Comunista, que “mal traduce” las palabras de Fidel y asienta la política de la organización: “Los elvispreslianos, los aspirantes, los pitusas, los niños bitongos, los «liberados» son los portadores degenerados de la ideología pequeño-burguesa, putrefacta y hedionda… Portadores de las peores enfermedades burguesas: afeminamiento, existencialismo, haraganería aguda, cinismo… Comienzan recitando poemas en cualquier esquina y terminan en algunos cabaret, dando riendas a sus excrecencias y perturbaciones mentales […]. «Liberados», «inadaptados sociales», «rebeldes del sexo […].Las enfermedades están siendo extirpadas todas, y ésta no es una excepción” (Revista Mella. 1963).

Sobre todo en los setenta se extrapolaron aún más, a nivel “conceptual”, estas representaciones con otras venidas de la tradición soviética stalinista: “el diversionismo ideológico” y su precondición o estado embrionario de manifestación: “la conflictividad”. El ejercicio de la crítica se sataniza como “diversionismo”. El ejercicio del criterio diferente, como “conflictividad”. Que cosas tiene la vida. En esta sala, en esta colina en esta Sociedad de Psicología, estamos varios que fuimos cuestionados como “conflictivos”. Pero faltan en esta sala, y en el país muchos de los que nos cuestionaron.

La “institucionalización” venía acompañada de una perversa identificación total entre la “institución” (Ministerio, Escuela, Centro de trabajo, etc.) y su “cuadro centro” (aquél que ocupaba el puesto de más alto nivel de dirección). Emerge con fuerza arrolladora (y avasalladora) lo que en otros escritos he denominado como “egodirectivismo” (Calviño M. 2001). La autoubicación del “dirigente” como centro (de referencia, de decisión, de control, de evaluación y, por ende, de error pero esto último no se reconoce ni se acepta).El directivo y su función como centro de todo (de su vida y de la vida de la institución). Su mecanismo básico fue, a nivel de los procesos de subjetivación, la personalización, que no es sencillamente un estilo (eso sería verdaderamente lo de menos), sino que se instituye como un estado, un proceso, es una estructura.

Las instituciones son inducidas, bajo este prisma, a funcionar bajo el esquema de dirección única y centralizada. La razón de Fornet trasciende a los espacios de las instituciones culturales: “en el 71 se quebró… el relativo equilibrio que había… y, con él, el consenso en que se había basado la política cultural. Era una clara situación de antes y después: a una etapa en la que todo se consultaba y discutía —aunque no siempre se llegara a acuerdos entre las partes—, siguió la de los úkases: una política cultural imponiéndose por decreto y otra complementaria, de exclusiones y marginaciones, convirtiendo el campo intelectual en un páramo” (Ambrosio Fornet “El quinquenio gris: revisitando el término” 2007).

Las palabras de Fidel en el 61 parecían olvidarse. La burocracia las remodelaba en otra dimensión. Allí en la Biblioteca Nacional había dicho “La Revolución tiene que tener una política para esa parte del pueblo; la Revolución tiene que tener una actitud para esa parte de los intelectuales y de los escritores. La Revolución tiene que comprender esa realidad y, por lo tanto, debe actuar de manera que todo ese sector de artistas y de intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentre dentro de la Revolución un campo donde trabajar y crear y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tenga oportunidad y libertad para expresarse, dentro de la Revolución”. (1961, p. 11). En los setenta “el pavonato” en la educación (al que aún tenemos que nombrar sin victimizar personas, porque son épocas) y en las ciencias (especialmente en las ciencias sociales) escogió en dónde darles la oportunidad: en el olvido, en el ostracismo, en la exclusión, en el silencio. También en la Universidad se implantaron las “medidas pertinentes”: la depuración. Depuración de personas e instituciones (grupos de trabajo, departamentos, Facultades).

Confirmo lo de la traducción, sin dejar de reconocer que el ideario verbalizado, expresado en discursos y documentos, podía facilitar algún “exceso traductivo”. Un sistema de dirección centralizado, con una comunicación de retorno que daba sus primeros síntomas de tupición, probablemente no permitía entender en su real dimensión lo que sucedía en “la base”. Todo parecía claro en los discursos e intervenciones de la máxima dirección del país. Todo quedaba enrarecido en el modo de concreción. Como señala Castellanos “Ni en la conferencia que Raúl Castro dictara a dirigentes del gobierno y del Partido, y a jefes y oficiales del Ministerio del Interior el 6 de junio de 1972, pocos meses después del Congreso, titulada «El diversionismo ideológico, arma sutil que esgrimen los enemigos contra la Revolución», ni en las Tesis y Resoluciones del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba, celebrado en La Habana entre el 17 y el 22 de diciembre de 1975, donde se le dedicó especial atención al tema del diversionismo ideológico, se mencionó una sola línea en contra del rock, la moda, o los homosexuales” (Castellanos Ernesto Juan 2008). Es cierto. Pero fueron excluidos, satanizados, en algunos casos incluso expoliados.

Para nosotros, los psicólogos, el postefecto del setenta se tradujo también en una “unilateralidad vincular” con el modelo de Psicología soviético. He hecho referencias a esto en varios escritos. He intentado encontrar un balance de las positividades y las negatividades de este “hermanamiento”. En todo caso, fue en los setenta que los protagonismos relativos de los textos de estudio, los contenidos de los programas, y en general las construcciones teóricas comenzaron a inclinarse a la Psicología soviética. La formación en marxismo leninismo nos vino acompañada de profesores jóvenes cuya lectura no era especialmente ortodoxa ni panfletaria. Pero no eran los signos de los tiempos en el país de los soviets donde dominaba el “manualismo”. De cualquier manera el problema no era el texto, sino su sacralización absoluta.

No puedo dejar de significar que probablemente nuestra situación hubiese sido otra si no hubiéramos “caído” dentro de la Facultad de Ciencias, exhibiéndonos así entre las ciencias duras, de escaso compromiso con un pensar más crítico socialmente. Muchos de los acontecimientos que se vivían en la Facultad de Artes y letras, en general en las áreas de las ciencias sociales, no tocaron directamente a la Psicología. Nosotros éramos, al menos en la distribución institucional, una Ciencia con mayúscula.

Vivimos la “rusificación”. Voluntaria, asumida, comprometida, por cierto. Nos enredamos como nunca antes con las lecturas de Rubistein y Leontiev. Después con algunos otros. Los “Principios de Psicología General”, un fragmento traducido de “Problemas del desarrollo de la Psiquis”, “El hombre y la cultura”, “El pensamiento” y también “Pensamiento y lenguaje” de Vygotsky comenzaron a ocupar espacios protagónicos. Pero considero que fue este un asunto más de “la academia” en el decenio al que hago referencia. Los psicólogos en sus espacios profesionales de trabajo continuaron haciendo psicología con el “16 PF”, el “MMPI” y otros sucedáneos. Fue a fines de los setenta que salieron a buscar algo “más cercano a la Psicología marxista”. Pero, el desproporcionado desbalance del modelo de desarrollo de la Psicología en la URSS, muy académico, poco profesional, no era un espacio para satisfacer la demanda de los profesionales más metidos en los escenarios prácticos.

En todo caso, privilegiados por una política de aumento del potencial profesional y científico del país, fue en los setenta que comenzó el crecimiento acelerado de las competencias profesionales de las psicólogas y psicólogos cubanos. Fuimos los de los setenta quienes aceleramos la conversión de una política científica en acciones concretas de crecimiento.

Los setenta fueron también años en los que se produjo una suerte de confusión entre las funciones de algunos organismos asociados a la seguridad del Estado y las prácticas políticas. Con el indiscutible e imprescindible afán de salvaguardar al país de los que soñaban (aún siguen soñando) con revertir el proceso revolucionario, algunos oficiales asumían funciones que no les correspondían emitiendo juicios de valor y tras ellos favoreciendo toma de decisiones que no les correspondían. Poniendo en jaque a cualquier asomo de “irregularidad ideológica” se sentenciaba la pertinencia o no de alguien desde para ocupar responsabilidades institucionales, pasando por la participación en actividades científicas y profesionales dentro y fuera del país, hasta su “posible vínculo con el enemigo”.

No se adelanten los paranoicos, ni los malpensado o malintencionados, a pensar que vivíamos en franco acoso. Para nada. Sobre todo los que no teníamos nada que ocultar. Discusiones, reuniones, conversaciones, decisiones arbitrarias de vez en cuando y más que de vez en cuando, eso sí. Pero no era para nada, como dicen algunos, procesos ni excedidos. El asunto, en mi visión, era sobre todo conceptual. Se había producido una sustitución de la lucha de ideas, de la complementación, de la búsqueda de unidades en la diferencia, por una suerte de búsqueda de un “pensamiento único” (no en el sentido en que luego lo sentenció Ramonet). Quien sabe si la urgencia por la construcción definitiva de una nueva sociedad promovió el coger por atajos que se pensaban más cortos. No dudo que las exigencias de defensa ante las múltiples agresiones fueron favoreciendo la construcción de un “escudo monolítico”. Pero sí se avanzó en un modelo epistemológico de notorio sentido fundamentalista, hermanado con un modelo de pensamiento de la “verdad absoluta”. Lo ideológico, lo político, se confundía con lo científico. Y no se trata de que sean estas entidades “absolutamente separadas”. Lo que definitivamente no pueden ser “absolutamente suplantables” (obviamente la ciencia por las otras dos).

¿Era un inevitable de época? No es una discusión ni retórica ni que puede ser descontextualizada. Lo hecho fue hecho. Y lo cierto es que se construía, se ha construido indiscutiblemente, una sociedad “con menos desigualdades, menos ciudadanos sin amparo alguno, menos niños sin escuelas, menos enfermos sin hospitales, más maestros y más médicos por habitantes que cualquier otro país del mundo… un pueblo instruido al que usted puede hablarle con toda la libertad que desee hacerlo, y con la seguridad de que posee talento, elevada cultura política, convicciones profundas, absoluta confianza en sus ideas y toda la conciencia y el respeto del mundo”, como sentenciara Fidel unos años más tarde (1998).

¿Podía haber sido de otro modo? Probablemente sí. Pero lo hicimos así. Lo hicimos desde una militancia política, o desde una militancia social. No hay un solo modo de ser revolucionario, como no hay un solo modo de pensar como revolucionario, como no hay un solo modo de hacer la revolución, ni un solo modo de construir un gobierno revolucionario. Pero el entretejido de las causas y los azares esta bordado con manos humanas y las manos humanas, humanas son.

Soy de los convencidos que las épocas están sujetas a la multicausalidad. Cuando se trata del ejercicio consciente de favorecer un “espíritu de época” puede interpretarse la causalidad más comprometida con las personas. Pero incluso esas personas son sujetos de la época en que viven. La excepcionalidad se traduce más en el alcance de la mirada al futuro, que en la independencia relativa de la multicausalidad (del determinismo, decíamos desde el marxismo).

Nada de lo que pasó nos es ajeno (parafraseando al poeta). Fuimos los actores de los setenta. Actores más afirmativos que críticos. Incluso algunos más disidentes que críticos. Porque no se confunda la crítica con disidencia. Esta es un intento de “hacerse ajeno”. La crítica, por el contrario, es hacerse cada vez más actor, más partícipe.

El 24 de Febrero de 1976, aún impactados por el asesinato al presidente Allende, es promulgada una nueva constitución, aprobada por el 97,7 de los electores. Las aspiraciones de los cubanos estaban allí contenidas. Pero hay una distancia crítica entre la teoría y la práctica. No es privativo ni de Cuba, ni de la época. Los hombres y mujeres reales y concretos, en espacios reales y concretos, son los que hacen real una misión. Nada es perfecto. Todo es perfectible. Solo el reconocimiento de la perfectibilidad es poco. Es necesario reconocer que el verdadero poder humano es el que nace del intercambio, del diálogo, de la participación. Nadie, absolutamente nadie, tiene el derecho de instituirse como poder supremo. Poder de ideas. Poder de formas. Poder de decisiones. Y afirmo que en los setenta no fueron pocos los que se creyeron decisores de poder supremo, en todos los niveles de la organización social e institucional del país.

Fueron años difíciles que vivimos sin dificultad, porque victimas, victimarios y hasta algunos pocos de los “administradores de la tergiversada política” lo éramos desde el compromiso. Hacíamos lo que creíamos que era necesario, correcto, adecuado hacer. Pero no hay como no reconocer que tanto el compromiso, como la paranoica persecutoria de “la diferencia” nos hicieron “hipocríticos”. Esta es a mi juicio una verdad reivindicatoria. Nos hicieron hipocríticos ante la avalancha invasiva de modelos conceptuales que negaban nuestras bases (buenas o malas, pero nuestras bases), hipocríticos ante la construcción de una ciencia social que debe no solo cuestionarse sus sustentos epistémicos y modelos paradigmáticos (cosa que hicimos sobre todo con todo lo que viniera del norte o de la europa no socialista), sino que y sobre todo tiene que cuestionarse las perdidas de ruta y las distancias entre el proyecto de sociedad y la sociedad, entre las intenciones y las realizaciones, entre “el guión y la puesta en escena” (como comenzamos a decir en los ochenta), reconocer los impactos del ejercicio indiscriminado de la verticalidad en la búsqueda unidimensional de una “subjetividad nueva”. Nos hicimos cargo de un “reflejo” que construía a lo reflejado desde definiciones preconcebidas y no derivadas de la realidad en toda su complejidad. Coqueteamos con una Psicología al servicio, no de servicio. Una psicología casi “santo tomasina”. Es mi opinión personal lo asumo. Pero fuimos comprometidamente “hipocríticos”. Nunca, nunca, “hipócritas”.

Nada cambia mi condición de profesional comprometido con la felicidad y el bienestar de los cubanos. Mis principios, los que me hacen ser cubano por decisión y no por casualidad ni obligación, los que me hacen participar en esta lucha titánica por la independencia, los que me integran al grupo de los militantes, son indiscutibles. Con Martí digo “Yo no mudo el alma, sino que la voy enriqueciendo con cuanto veo de grande y hermoso, y cuanto obliga a mi gratitud”.

III. Exaltaccione laudatoria


No creo ser “excesivamente habano-centrista” si digo que el “centro de gravedad” de la Psicología en Cuba se movía en la Universidad habanera. En el cierre de los sesenta y primer año de los setenta la Universidad era hiperquinética. La Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) se separaba de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) para enarbolar perfiles propios y mancomunados. Fueron años de reedificar el sentido protagónico del estudiantado alrededor de su federación propia. La escuela de Psicología era un hervidero de ideas y proyectos de hacer lo propio, de abrazar conscientemente el pensamiento marxista, para la construcción de una Psicología despegada de los moldes “norteamericanicistas”. Desde la militancia política y fuera de ella también, se enarbolaba el rendimiento docente, la participación en las acciones estudiantiles y ciudadanas, el crecimiento de la cultura artística y la práctica del deporte como el perfil integral del estudiante universitario indiscutiblemente y únicamente revolucionario. Fueron años con muchos aciertos, pero no sin desaciertos.

El ambiente universitario, vivido con especial intensidad en la entonces Escuela de Psicología de la Facultad de Ciencias, era tan placentero y retador, que no te dejaba cometer el pecado de renunciar a su disfrute. Un pujante movimiento cultural y deportivo movilizaba a ocupar las noches y las madrugadas. Descubríamos el desarrollo científico de la Unión Soviética sin saber ruso. He llegado a creer, al recapitular, que la semana tenía más de siete días y los días, más de 24 horas. No estábamos libres de conflictos y contradicciones. Quizás hoy resulte increíble para muchos que el grupo Moncada estuvo a punto de desaparecer porque algunos dirigentes de la FEU y la UJC consideraban que era un proyecto “elitista” y de “dudosa fortaleza política”; gracias que tuvimos buenos defensores y una certeza total en el valor de nuestro empeño.

En los inicios de la década, en la figura de “Chomy” y su salida del rectorado, la Universidad comenzaba a perder la “autonomía” luchada y defendida por generaciones de lo mejor del estudiantado y el profesorado de la colina. Se instauraba un modelo de integración más afirmativo que crítico, más respondiente que cuestionante, más presencial que participativo. En julio del 74, hice mi último examen de la carrera. Días después, en septiembre, era profesor responsable de una asignatura y, sustituyendo a Reinerio, jefe del departamento de inserción (este título me encantaba). Vinieron los duros años del predominio de un burocratismo metodológico en el que no era inusual que se confundiera programa con clase, retroproyector con comunicación, estructura con contenido, metodología con ciencia.

La Universidad perdió algo de su esplendor como centro de vanguardia en la promoción y desarrollo de la cultura. En ocasiones, parecía un centro de adiestramiento y enseñanza y nada más. El epicentro de ideas que desde su origen fue la bicentenaria casa de estudios fue cediendo terreno a las nuevas instituciones emergentes. No hay queja alguna. La Psicología creció. El resultado fue, a la postre, contundente.

Los de los setenta, fundidos con los que habían construido como actores la “sesentidad” (que no la santidad), fuimos quienes emergimos con fuerza arrolladora en el despegue científico de la Psicología en Cuba. Como escribí hace poco, en la Revista que cumple 25 años de existencia, “Hicimos psicología clínica y de la salud con acceso total a todos los ciudadanos del país, sin consultorios privados, superando el solo enfoque asistencialista en el paso a la construcción de un enfoque preventivo y promocional. Hicimos psicología dentro de los procesos educativos nacionales, dentro de sus diversas instituciones y en el peregrinaje de un sistema privado a uno socializado y de acceso gratuito total, de una escuela autocrática a una participativa, de una instrucción ortodoxa a una educación para la vida. Hicimos psicología en fábricas, empresas, ministerios, comunidades, en todo lugar donde la construcción de una nueva subjetividad necesitaba apoyo, orientación, levantamiento de resistencias, ejercicio del pensamiento. Dónde quiera que la búsqueda suponía tropiezos. Hicimos psicología dónde la autoestima nacional se robustecía por los éxitos internacionales en la arena deportiva, donde el acceso amplificado a la cultura facilitaba el encuentro de poblaciones antes excluidas con la televisión, el cine, el teatro. Hicimos psicología en los espacios de solidaridad dentro y fuera del país. Fuimos beneficiadores beneficiados” (Calviño M. 2008.p.10)

En todo el desarrollo de Cuba estuvimos presente. Pero esto no agota, ni puede agotar el sentido de la Psicología. Estar presente no es suficiente. Construir las afirmaciones que sustentan la legitimidad de un proyecto de crecimiento social y humano no es suficiente. Ya tenemos una presencia social importante. Ahora necesitamos expandirla, multiplicarla, y no solo sobre la base de las demandas: lo que la sociedad pide a la Psicología. Sino sobre la base de las potencialidades: lo que la Psicología puede dar a la sociedad y aún no es una demanda.

No se podrá hablar del desarrollo de la Psicología cubana, de una producción autóctona de alto nivel en diferentes temáticas, sin hacer referencia a “los de los setenta”. Por solo recordar algunos, seguro que no todos: Jorge Román, Fernando González Rey, Jorge Grau Ávalos, Francisco García Ucha, Ovidio D’Angelo, Miguel Ángel Álvarez, Pedro Almirall, Maritza Eligio de la Puente, Maria Elena Segura, Julio Cesar Casales, Rafael Alhama, Israel Núñez, (Manuel Calviño – pero no lo diré por falsa modestia).

Todos, en diferentes roles, hemos sido activos constructores de una Psicología sincrética, de perfil heterodoxo, productivamente ecléctica. Una Psicología que es unidad en la diferencia. Que vive su época por decisión y no solo por influencia, que no solo se parece a su proyecto de profesión construido, sino también a sus escenarios reales de existencia. Una Psicología dialécticamente contradictoria, en la que lo absurdo convive con lo genuino, el libre albedrío, con la obligación normativa. Una Psicología con circulación de ideas, con afirmación y contradicción.

Fuimos, hemos sido, capaces de ser más allá de lo que hicieron de nosotros. Trascender las determinaciones para la construcción de una autonomía interdependiente.

Por eso va esta Oda a mi generación, porque me hizo y la hice. Pero también es una Oda a la que me antecedió, porque me dio el sustento espiritual y una alternativa para comenzar. A la que me sigue, porque me exige mirar al futuro. Y a la que vendrá después, porque arde en mí la necesidad, no como individuo, sino como época, de un epitafio razonablemente fecundo: «Valió la pena».


Abril 13 de 2009. Día Nacional de la Psicología cubana

“Aula Magna” de la Universidad de La Habana.

Documentos referidos en el texto

1. Fidel Castro Ruz. “Discurso pronunciado en el acto de recibimiento a los once pescadores secuestrados, efectuado frente al edificio de la exembajada de los estados unidos de norteamerica en Cuba” 19 de mayo de 1970.

2. Fidel Castro Ruz. “Discurso pronunciado en la clausura del primer congreso nacional de educacion y cultura, efectuado en el teatro de la CTC”. 30 de abril de 1971.

3. Fidel Castro Ruz. “Discurso pronunciado en la clausura del acto para conmemorar el vi aniversario del asalto al palacio presidencial, celebrado en la escalinata de la Universidad de La Habana 13 de marzo de 1963.

4. Fidel Castro Ruz. “Palabras a los intelectuales” Ediciones del Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1961.

5. Fidel Castro Ruz. Discurso pronunciado en la ceremonia de bienvenida a su Santidad Juan Pablo II, efectuada en el aeropuerto internacional "Jose Marti". Ciudad de la Habana. 1 enero de 1998.

6. Ambrosio Fornet “Elquinquenio gris. Revisitando el término” La Jiribilla. http://www.lajiribilla.co.cu/2007/n300_02/300_48.html

7. Ernesto Juan Castellanos. “El diversionismo ideológico del rock, la moda y los enfermitos”. Centro Teórico cultural Criterios. Octubre 2008.

8. Fernando Martínez Heredia. Entrevista “Cuba, cincuenta años de revolución” en L’Humanité. Jeudi 26 février 2009, par Vivian Olivera)

9. Revista Mella, nº 219, 11 de mayo de 1963.

10. Manuel Calviño “Breve ensayo sobre la Psicología en Cuba”. Revista Cubana de Psicología. Número especial conmemorativo. 2008.

11. Manuel Calvino M “(E)l(a) Directiv@ en sus laberintos”. Revista cubana de Psicología. Vol. 18. N° 3. pp.187-195.