lunes, 27 de julio de 2009

Rafael Alvisa in Memoriam




Rafael Alvisa in Memoriam

(29/06/1937 a 15/05/2009)

Prof. Manuel Calviño


La noticia me llegó en la noche, por correo, gracias a la amabilidad de Miguel Ángel Álvarez. Sencillamente me escribió “triste noticia para la generación de los setenta.. falleció Alvisa”. Un día después, en la tarde, Julio Cesar Casales me pasó una nota: “Ha muerto otro de los grandes”. No había lugar para dudas. Después de haber aparecido y desaparecido de los escenarios de la Psicología nacional, después de haber contagiado deseos de hacer Psicología en muchos estudiantes, después de polémicas y reconocimientos, de amores y desamores, abandonó una forma de su existencia Rafael Alvisa.

El día que Juan Carlos Volnovich y Silvia Wertheim llegaron a Cuba en un exilio político que los instituyó en la isla por varios años, y que sin perder el arraigo les hizo medio cubanos, se escribió un destino probable que enlazaría varios segmentos de la vida de Alvisa con la tierra del tango: En una pequeña habitación de la gran ciudad que nunca duerme, Buenos Aires, ciudad que había acogido un polo de su peregrinar, y que encarnaba el impacto de la diáspora cubana que atraviesa a numerosas familias, allí dónde su hija Maya se despidió de él para cumplir alguno de los tantos rituales diario de una madre, unas horas después lo encontró su hijo Rafael. Estaba sentado en un butacón, puesto usual de sus batallas intelectivas. Tranquilo. Sosegado.

Fue el 15 de Mayo de este difícil 2009. El 29 de Junio tendría sus 72 años. Pero se marchó antes. Nadie sabe lo que dijo cuando el intenso dolor le sorprendió. Puedo suponer que en ese momento esbozó una sonrisa de sabio que sabe lo que está sucediendo, y se entrega al reto de lo por conocer. O quizás, en su filiación más cultural recordó las palabras de Galeano: “Y nada tenía de malo, y nada tenía de raro, que se me hubiera roto el corazón de tanto usarlo”.


Comencé a preparar este texto con la sola ansiedad que nace del deseo. Lamentablemente no podría abrir una carpeta contentiva de datos, fechas exactas, instituciones. La biografía de Alvisa se escribirá. La justicia a veces llega tarde, pero siempre llega. Estoy seguro. Pero ayer yo no tenía ni tan siquiera una foto que acompañara mi aventura narrativa. Eso sí, sobradas razones profesionales, personales, y como siempre un manojo de emociones pujando por doquier. Y hay muchas asociadas a ese “grande” que nos dijo adiós antes de irse, pero que nunca se irá del todo.

La primera vez que lo vi yo saltaba el muro posterior de mi querido “Pre del Vedado”. Era la fase final de una fuga que perdía espectacularidad por su carácter habitual. No sabía entonces quien era aquél hombre más bien diminuto, delgado, de mirada profunda y entrecejo siempre en movimiento. Recuerdo que fumaba en pipa, cosa que para mí, en aquella época, solo hacían los marineros. Y aunque la “incorpulencia” que acompañaba aquél rostro inteligente no me cuadraba con la de un hombre de mar, ciertamente no faltaron razones para considerarlo marino. Alvisa perteneció a esa legión de los que tienen que sortear difíciles mareas, intensas tempestades, combatir sin los favores del viento, y salir airosos, con vida, que quiere decir no solo vivo, sino con deseos de seguir adelante. Y al final de cada embestida queda un epitafio cantable: “Yo se que hay gente que me quiere. Yo se que hay gente que no me quiere” (Silvio).

Fui alumno del Alvisa en el primer semestre del curso 1970-71. Llegó un día al aula con un pequeño libro de predominante color azul, la “Introducción a la Psicología” de George Miller. Encontraríamos aquél tesoro, nos dijo, en la biblioteca. Para los “urgidos de tiempo” una versión reducida e impresa en papel bagazo. El libro me fascinó. Hasta hoy, creo que sigo mucho el paradigma pedagógico contenido en sus páginas. Pero el “gran tesoro” eran las clases de Alvisa.

Tenía el horario de “los elegidos”: último turno de la tarde. Ese que se asigna a quien no se quiere mucho, o a quien se sabe que, hasta en esa hora del día, logrará captar la atención de los estudiantes. Se movía de un lado a otro del estrado en el aula uno, con un andar pausado, peripatético, reflexivo. Su voz se ensanchaba e inundaba todo el salón a pesar de las amenazas de las guaguas que bajaban constantemente (sí, eso fue así alguna vez) por San Rafael. Era aquél profesor dotado de todos los saberes al que se acudía desde la ansiedad o la angustia, desde la curiosidad o el interés. El aula era un taller de pensamiento. El actor principal: el maestro, que instauraba el diálogo con los estudiantes no como el simple ir y venir de palabras, sino como la inclusión colectiva, el sentirse parte de, el estar enfrascado en la batalla común de la escucha y la comprensión, el sentirse aludido en un ejemplo, cuestionado en una crítica, instigado en una duda. Eso que no es más que maestría pedagógica. Y es que Alvisa fue siempre, y creo que ante todo, Maestro.

Había pertenecido al selecto grupo de los “cercanos” a Bernal del Riesgo. Era un riesgo en la época. Algunas actitudes de Bernal no eran bien recibidas por algunos grupos de estudiantes. Mucho menos por la dirección institucional. No sería especialmente aventurado pensar que Alvisa fue objeto de presiones y cuestionamientos. Entre su carácter de ser distinto, cuestionador, libre pensador, y su capacidad para insertarse en prácticamente cualquier escenario profesional, se gestó la condición decisiva para su salida de la entonces Escuela de Psicología, dirigida institucionalmente por normativas rígidas y burocratizantes. En el Instituto de Endocrinología lo recibieron con los brazos abiertos. El propio Dr. Mateo Acosta, médico de sólida formación, ortodoxa, tradicional, y entonces director del Instituto, lo llegó a considerar un colaborador profesional indispensable.

De la época en que fue mi profesor, recuerdo que, con una logística montada por Eumelio Calzada, Omar Cisneros, Alejandro González y yo fuimos con Alvisa al encuentro de unas imágenes pintadas en las paredes de unas cuevas en la zona norte de Pinar del Río. Unos escritos publicados en la notoria Revista “El Correo” de la UNESCO, habrían sido el detonador de esta “aventura en busca de lo desconocido”, de lo extraterritorial. Aquello para lo que la Psicología resulta insuficiente estaba también en el visor de Alvisa.

Ya desde entonces reconocí en él una mezcla cosmogónica de ciencia positiva, dura, y de pensamiento esotérico. Un estilo indeleble que, en mi percepción, atraviesa toda su vida profesional y científica, y que fragua, verbigracia, dos textos tan distintos como aquél sobre “La Personalidad” que aparece en los Cuadernos de “Psicología General”, escrito en la segunda mitad de los sesenta, y su última publicación (de las que conozco) La Kabbalah. La Filosofia esoterica de La Humanidad” (Editorial Kier 1998). Su compañera de siempre, la madre de sus hijos, Carmen Barroso, (quien amablemente me cedió las fotos que logro insertar aquí) me lo definió en una expresión ecuánime: “era un materialista idealista”. Una mezcla de pensamiento aterrizado y pensamiento volador. Una convivencia equidistante de saberes diversos, que movilizaban prácticas intelectuales en los dominios misteriosos de las pirámides egipcias o los del cerebro. Y en el centro la indagación que avanza por el camino de descifrar códigos, manuscritos, códices. Siempre, eso sí, en los irrefutables predios del rigor, la seriedad, la parsimonia.

La presencia de Alvisa en la investigación psicosomática de Cuba es fundacional. Como prueba están las múltiples investigaciones realizadas en el Instituto de Endocrinología, en el Instituto de Investigaciones del Cerebro. La hipnosis fue una de sus primeras aliadas. Formaba parte de una incesante búsqueda de procedimientos combinados, de búsqueda de efectos “sentipensantes”, de aquella unidad “biopsicosocial” que tanto se propugnaba en la época. Su vinculación a “la cura”, a la multiplicación del bienestar humano, era total. Siempre había una misión operativa en todo su trabajo: ayudar a las personas a sentirse mejor, a ser feliz. Sin duda fue también por eso que cuando la muerte de mi padre impactó duramente sobre el cuerpo de mi hermana haciendo brotar en su piel las marcas del dolor y la tristeza sin remedio, acudí a Alvisa. Y allí en una vieja casa por la calle Sitios, donde la bondad de su madre y la musa de Lorenzo Hierrezuelo (su padrastro) le daban cobijo a la buena energía, extendió su mano profesional y amiga para exorcizar científicamente el conjuro de una pena que reconvirtió en recuerdo potenciador de felicidad.

Tampoco asombra que, cuando se habla hoy de musicoterapia se destaque “en primer plano la figura del psicólogo Rafael Alvisa Lastra, quien siguiendo los principios del francés Rambonsson y del ruso Béjterev utilizaba algunas selecciones musicales pregrabadas ante determinados estados anímicos en pacientes del Instituto de Endocrinología de la Habana… y otras selecciones originales en un tratamiento con fines subliminales con la colaboración del musicólogo Juan Blanco. También participó con otros investigadores del Instituto de Investigaciones Fundamentales del Cerebro y del Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana en la creación de un local para aplicaciones auditivas relajantes en el Profilactorio Obrero del Ministerio de la Industria Básica[1]

No se podrá contar la historia de la Psicología de la Salud en Cuba sin hacer referencia a Alvisa, quien en los tempranos setenta ya trabajaba en equipos multidisciplinarios con médicos, nutricionistas, fisiólogos. Recuérdense sus empeños investigativos en la caracterización psicológica de los pacientes con diversas patologías (diabéticos, obesos, cardiópatas).

Quien pretenda hacer la historia mirando desde las estructuras de poder no encontrará a Alvisa. Su relación con el poder siempre fue tirante, conflictuada. Pero quien se asome al hacer de la Psicología lo encontrará. Lo encontrará en programas de congresos, eventos, talleres científicos (y no solamente de Psicología), en informes de investigación, en algunas, lamentablemente escasas, publicaciones (porque fue también marcado por su tiempo; un tiempo en el que escribir no era prioridad). Pero sobre todo Alvisa queda en la memoria y el agradecimiento de los que trabajaron con él. Alvisa es de esos hombres que marcan el desarrollo de un disciplina por la impronta que dejan en quienes lo conocieron y se acercaron a él sin prejuicios y con mucha sed de saber.

Iconoclasta por método. Ecléctico por definición operativa. Humanista por convicción de principio. Creyente por certezas científicas. Prudente por elaboración táctica. Fue un hombre de mente abierta. Un profesional capaz de brillar en diferentes tesituras. Quizás el último psicólogo enciclopédico en nuestro país. Su dominio de la retórica, de la comunicación en todos sus ámbitos, su capacidad de persuadir, de convencer, y su afiliación a la mayéutica socrática y a la duda cartesiana lo hacían un polemista por excelencia. Era un temible contrincante en el combate intelectual. Y sabía construir la “victoria compartida”, esa a la que todos llegan enriquecidos.

Pero había algo más que llamaba poderosamente la atención en Alvisa: su erudición. Formada por su condición de lector infatigable y plural, potenciada por una inteligencia analítico sintética de largo alcance, la anchura intelectual de Alvisa era, técnicamente, ilimitada. Se apoyaba en una memoria que retenía un centenar de acontecimientos concatenados por múltiples entradas. La historia, la literatura, la geografía, las clásicas materias del saber humano eran piezas de un gran ajedrez al que jugaba con el placer de un niño y la habilidad de un sabio. Movía las piezas por un espacio virtual en el que el mundo parecía tangible y el tiempo solo presente. Y luego esa erudición se multiplicaba en una seductora y hermosa narración. Mientras hablaba hacía sentir que él había estado allí, fuera una trifulca en las callejuelas de centro habana, o una guerra medieval. Sus palabras se traducían en imágenes de una gran pantalla interior en la que sus interlocutores eran espectadores ensimismados. Porque Alvisa era un contador de historias. Su dominio de la narrativa era un don sanamente envidiable. Queda debiéndonos un curso fundamental que solo él podía impartir para los psicólogos: Cómo se cuenta una historia. Y lo necesitamos tanto!

Alvisa se ha marchado. Quiero creer que cambió su forma de existencia. Que alguien o algo hoy se nutre de su savia trascendental. Adiós Maestro. La historia, más inteligente que los hombres, limará los desafueros, los que te hicieron victima o victimario. Ay de quienes no sepan mirar con humildad al pasado y con agradecimiento al futuro!. Los que aún seguimos en pie nos sentimos orgullosos y complacidos de haber compartido contigo esta brevedad que se llama vida. Te fuiste de un modo, pero sigues y seguirás de muchos otros.



[1]El quehacer de la musicoterapia en Cuba. Breve recorrido hasta el futuro inmediato” Fernández de Juan T. http://www.voi/coun/monthcuba_october2003sp.htmltr