Mi árbol de Navidad.
Prof. Manuel Calviño
Muchas costumbres resultan de la asimilación popular de las bondades y beneficios de las creencias y sus atributos festivos. Devienen tradiciones cuyo origen y destino final llegan a disociarse. Es así que en no pocas ocasiones, prácticas de origen pagano se celebran en instituciones religiosas, mitos de teología arcaica se recrean en sus formas liberadas de sus contenidos originales. Pasa así con la Navidad. La navidad ha devenido en un motivo de reunión familiar más allá de su comprensión románica o babilónica, católica o protestante. Fue quizás Dickens (que no era sacerdote), quien con Un cuento de Navidad (1843), testimonió y extendió la resimbolización que se venía ya produciendo de la festividad. La Navidad hace hincapié en la familia, la buena voluntad, la compasión y la celebración familiar. Así sucede hoy en muchos lugares del mundo. Aquí, en la isla del realismo mágico, no es distinto. Por eso, cada año, saliendo de los primeros diez días de diciembre, y acercándose el fin del año, con mucho cariño y esmero preparo mi árbol de Navidad.
Mis padres lo hacían cuando era yo alumno de primaria en la Escuela católica de los hermanos de “La Salle”. Escuela, que sin renunciar a su segmentación de clase, daba albergue a jóvenes que luchaban contra la dictadura batistiana. En los sesenta y los setenta más de un diciembre lo pasé en campamentos de trabajo agrícola. Lo dábamos todo por el desarrollo del país, por la Revolución, por la construcción del Socialismo. Recuerdo que acercándose la segunda mitad del mes de Diciembre, el albergue se adornaba con pencas de guano, o cualquier cosa que le diera un ambiente especial. No sé cómo, pero el cocinero se las arreglaba para que el 24 comiéramos carne de cerdo. Años después, haciendo mi doctorado en la capital del Socialismo mundial, Moscú, cada diciembre levantaba un pequeño pino sintético en mi komnata (habitación), junto a mis libros de cabecera: “Materialismo y empiriocriticismo”, “Marx y Engels. Obras escogidas”, “Actividad, Conciencia y Personalidad”, entre otros.
No he dejado nunca de hacer mi árbol de navidad. He tenido varios. Creo que cada uno de ellos ha reflejado el momento de vida en el que me he encontrado. Ya tuve uno hecho de libros. Otro fue simplemente dibujado en la parte posterior de un afiche de Muñoz Bach. En dos ocasiones mi árbol fue una rama de los pinos de Santa María del Mar. Unas veces ha tenido lucecitas que guiñan ojos a los visitantes. Uno fue sin iluminación adicional – fue el que antecedió al que alumbré con un bombillo ahorrador. No importa el valor material. No es determinante su condición de objeto. Lo importante es su condición de símbolo. Y es que mi árbol de navidad es un símbolo familiar.
El árbol y sus acompañantes salen de su caja como trasnochados segmentos del pasado. Duermen un año entero en el closet del cuarto. Pero en cuanto se unen comienzan a revivir. Debo reconocer que del arbusto artificial, ya bastante despeluzado, cuelgan objetos disímiles, de diferentes edades. Casi ninguno es nuevo. Están sobre todo los que vencieron la barrera del tiempo, del deterioro. Pero cada año se armonizan en una nueva configuración que rememora la de antes pero se edifica como distinta. Y esto forma parte de lo escrito tácitamente en su presencia: nada ni nadie está en el olvido. Y es que con mi “arbolito” llamo a mi familia a hacer un encuentro especial. La cita está marcada con un año de anticipación: cada 24 de diciembre se materializa el encuentro y se convoca al próximo. Y para reafirmarla desde días antes los que llegan a la casa, ven en lugar visible, incuestionable, en medio de la sala, junto a la entrada, el arbolito.
Hay quienes piensan que apartarse del sentido cristiano de la Navidad es empequeñecer y reducir el horizonte de la vida humana a los elementos del mundo. Todo es relativo. El diario Sunday Telegraph reveló que más del 30 por ciento de las escuelas británicas celebra una Navidad libre de cualquier alusión religiosa. Y la pasan muy bien, en familia, con los alumnos, sus familiares y los maestros. También, desde otra cosmovisión, se ha dicho que “un arbolito de navidad” es una amenaza ideológica, que expresa una deformación de la consciencia. No faltan los que consideran que es una publicidad innecesaria de algo incompatible con los principios laicos. En mi opinión, son miradas prejuiciadas, ancladas quizás en representaciones segmentarias, exclusivistas, fundamentalistas, hace tiempo superadas (aunque aún subsisten). Pero es mi opinión. Por eso acordemos respeto. Los primeros tendrán arbolito, nacimiento de Jesús, y asistirán a la misa del Gallo a rezar. Los otros no tendrán arbolitos en su casa. Yo sí tengo en la mía. ¿Y en los lugares comunes, en los espacios públicos? Sería muy saludable preguntar a todos, en vez de tomar una decisión a favor de una u otra comprensión de manera anárquica.
Yo, más allá de cualquier discusión estéril, sigo con mi arbolito de navidad, porque el es una cita con los mejores sentimientos, con los valores básicos de lo humano: la familia, el respeto, la hermandad, la solidaridad, la esperanza, la unión. Está claro que no es el árbol de navidad el único modo de convocarlos. Hay muchos, y en esta isla somos buenos en cultivarlos. Pero hoy mismo, yo monté mi arbolito. Y ya suenan sus campanas inmóviles llamando a todos en mi familia a dejar atrás cualquier aspereza que haya podido encontrar espacio en nuestras relaciones. Ya los estoy convocando a estar juntos celebrando el final de un año que no por difícil ha ausentado las cosas buenas. Los míos, todos vendrán, los que estamos y los que faltan nos reuniremos: unos en vivo y en directo, otros en fotos, cuentos, recuerdos. Aquí está la familia. Con sus cosas buenas y con las menos buenas. La distancia no será un impedimento para sentirnos familia: con los de allende los mares estaremos compartiendo un sentimiento que nos alegra y enorgullece, que nos protege y defiende, que nos pone en el mismo lugar, juntos, ante las equívocas amenazas de la oscuridad; con los de allende el infinito estaremos haciendo lo nuestro y preparándonos para el largo viaje (ese en el que no se trata de llenar maletas, sino de vaciarlas para dejar todo lo que podamos).
Un árbol de navidad es un modo de decir que algo nace, que vive. Y que importante en estos tiempos asociar el nacimiento, la vida, a un árbol, a la naturaleza. Y que bueno darle el calor familiar, el bienestar de la unión de los buenos sentimientos de las personas. “Se es más cuando se vive entre buenos... En cada uno refluyen las virtudes de todos” (Martí).
Entonces que no quede por el prejuicio. Quien quiera hacerlo que lo haga. Quien no, pues no. Lo que sí no deje de hacer es aprovechar el cierre del año, que se está acercando, reunir a su familia y disfrutar del enorme privilegio del bienestar familiar, de la solidaridad y el cariño entre todos. Hágalo el día que quiera, a la hora que resulte mejor. Hágalo a la manera de su familia. De no existir alguna manera anterior, cree una. Será inicialmente una rutina familiar, que luego será una tradición, y al final un modo de sentirse parte, de modo trascendental y sencillo, de su grupo humano especial.
Felices fiestas de la familia! Felicidad para su familia después de la fiesta! Y para el año que viene le deseo el enorme privilegio de sentirse cerca de personas que lo quieren y que usted quiere.