domingo, 27 de diciembre de 2009

Mi árbol de Navidad


Mi árbol de Navidad.

Prof. Manuel Calviño


Muchas costumbres resultan de la asimilación popular de las bondades y beneficios de las creencias y sus atributos festivos. Devienen tradiciones cuyo origen y destino final llegan a disociarse. Es así que en no pocas ocasiones, prácticas de origen pagano se celebran en instituciones religiosas, mitos de teología arcaica se recrean en sus formas liberadas de sus contenidos originales. Pasa así con la Navidad. La navidad ha devenido en un motivo de reunión familiar más allá de su comprensión románica o babilónica, católica o protestante. Fue quizás Dickens (que no era sacerdote), quien con Un cuento de Navidad (1843), testimonió y extendió la resimbolización que se venía ya produciendo de la festividad. La Navidad hace hincapié en la familia, la buena voluntad, la compasión y la celebración familiar. Así sucede hoy en muchos lugares del mundo. Aquí, en la isla del realismo mágico, no es distinto. Por eso, cada año, saliendo de los primeros diez días de diciembre, y acercándose el fin del año, con mucho cariño y esmero preparo mi árbol de Navidad.

Mis padres lo hacían cuando era yo alumno de primaria en la Escuela católica de los hermanos de “La Salle”. Escuela, que sin renunciar a su segmentación de clase, daba albergue a jóvenes que luchaban contra la dictadura batistiana. En los sesenta y los setenta más de un diciembre lo pasé en campamentos de trabajo agrícola. Lo dábamos todo por el desarrollo del país, por la Revolución, por la construcción del Socialismo. Recuerdo que acercándose la segunda mitad del mes de Diciembre, el albergue se adornaba con pencas de guano, o cualquier cosa que le diera un ambiente especial. No sé cómo, pero el cocinero se las arreglaba para que el 24 comiéramos carne de cerdo. Años después, haciendo mi doctorado en la capital del Socialismo mundial, Moscú, cada diciembre levantaba un pequeño pino sintético en mi komnata (habitación), junto a mis libros de cabecera: “Materialismo y empiriocriticismo”, “Marx y Engels. Obras escogidas”, “Actividad, Conciencia y Personalidad”, entre otros.

No he dejado nunca de hacer mi árbol de navidad. He tenido varios. Creo que cada uno de ellos ha reflejado el momento de vida en el que me he encontrado. Ya tuve uno hecho de libros. Otro fue simplemente dibujado en la parte posterior de un afiche de Muñoz Bach. En dos ocasiones mi árbol fue una rama de los pinos de Santa María del Mar. Unas veces ha tenido lucecitas que guiñan ojos a los visitantes. Uno fue sin iluminación adicional – fue el que antecedió al que alumbré con un bombillo ahorrador. No importa el valor material. No es determinante su condición de objeto. Lo importante es su condición de símbolo. Y es que mi árbol de navidad es un símbolo familiar.

El árbol y sus acompañantes salen de su caja como trasnochados segmentos del pasado. Duermen un año entero en el closet del cuarto. Pero en cuanto se unen comienzan a revivir. Debo reconocer que del arbusto artificial, ya bastante despeluzado, cuelgan objetos disímiles, de diferentes edades. Casi ninguno es nuevo. Están sobre todo los que vencieron la barrera del tiempo, del deterioro. Pero cada año se armonizan en una nueva configuración que rememora la de antes pero se edifica como distinta. Y esto forma parte de lo escrito tácitamente en su presencia: nada ni nadie está en el olvido. Y es que con mi “arbolito” llamo a mi familia a hacer un encuentro especial. La cita está marcada con un año de anticipación: cada 24 de diciembre se materializa el encuentro y se convoca al próximo. Y para reafirmarla desde días antes los que llegan a la casa, ven en lugar visible, incuestionable, en medio de la sala, junto a la entrada, el arbolito.

Hay quienes piensan que apartarse del sentido cristiano de la Navidad es empequeñecer y reducir el horizonte de la vida humana a los elementos del mundo. Todo es relativo. El diario Sunday Telegraph reveló que más del 30 por ciento de las escuelas británicas celebra una Navidad libre de cualquier alusión religiosa. Y la pasan muy bien, en familia, con los alumnos, sus familiares y los maestros. También, desde otra cosmovisión, se ha dicho que “un arbolito de navidad” es una amenaza ideológica, que expresa una deformación de la consciencia. No faltan los que consideran que es una publicidad innecesaria de algo incompatible con los principios laicos. En mi opinión, son miradas prejuiciadas, ancladas quizás en representaciones segmentarias, exclusivistas, fundamentalistas, hace tiempo superadas (aunque aún subsisten). Pero es mi opinión. Por eso acordemos respeto. Los primeros tendrán arbolito, nacimiento de Jesús, y asistirán a la misa del Gallo a rezar. Los otros no tendrán arbolitos en su casa. Yo sí tengo en la mía. ¿Y en los lugares comunes, en los espacios públicos? Sería muy saludable preguntar a todos, en vez de tomar una decisión a favor de una u otra comprensión de manera anárquica.

Yo, más allá de cualquier discusión estéril, sigo con mi arbolito de navidad, porque el es una cita con los mejores sentimientos, con los valores básicos de lo humano: la familia, el respeto, la hermandad, la solidaridad, la esperanza, la unión. Está claro que no es el árbol de navidad el único modo de convocarlos. Hay muchos, y en esta isla somos buenos en cultivarlos. Pero hoy mismo, yo monté mi arbolito. Y ya suenan sus campanas inmóviles llamando a todos en mi familia a dejar atrás cualquier aspereza que haya podido encontrar espacio en nuestras relaciones. Ya los estoy convocando a estar juntos celebrando el final de un año que no por difícil ha ausentado las cosas buenas. Los míos, todos vendrán, los que estamos y los que faltan nos reuniremos: unos en vivo y en directo, otros en fotos, cuentos, recuerdos. Aquí está la familia. Con sus cosas buenas y con las menos buenas. La distancia no será un impedimento para sentirnos familia: con los de allende los mares estaremos compartiendo un sentimiento que nos alegra y enorgullece, que nos protege y defiende, que nos pone en el mismo lugar, juntos, ante las equívocas amenazas de la oscuridad; con los de allende el infinito estaremos haciendo lo nuestro y preparándonos para el largo viaje (ese en el que no se trata de llenar maletas, sino de vaciarlas para dejar todo lo que podamos).

Un árbol de navidad es un modo de decir que algo nace, que vive. Y que importante en estos tiempos asociar el nacimiento, la vida, a un árbol, a la naturaleza. Y que bueno darle el calor familiar, el bienestar de la unión de los buenos sentimientos de las personas. “Se es más cuando se vive entre buenos... En cada uno refluyen las virtudes de todos” (Martí).

Entonces que no quede por el prejuicio. Quien quiera hacerlo que lo haga. Quien no, pues no. Lo que sí no deje de hacer es aprovechar el cierre del año, que se está acercando, reunir a su familia y disfrutar del enorme privilegio del bienestar familiar, de la solidaridad y el cariño entre todos. Hágalo el día que quiera, a la hora que resulte mejor. Hágalo a la manera de su familia. De no existir alguna manera anterior, cree una. Será inicialmente una rutina familiar, que luego será una tradición, y al final un modo de sentirse parte, de modo trascendental y sencillo, de su grupo humano especial.

Felices fiestas de la familia! Felicidad para su familia después de la fiesta! Y para el año que viene le deseo el enorme privilegio de sentirse cerca de personas que lo quieren y que usted quiere.

martes, 22 de diciembre de 2009

Desiderata

Desiderata por un año que termina y otro que comienza

Prof. Manuel Calviño

La Habana, Cuba. Diciembre 2009.


Que la esperanza alumbre el andar dejándonos ver los escollos y los tropiezos en el camino. Así se convierten en retos. El futuro es una referencia, no un asidero inevitable para transitar por el presente. El pasado es una experiencia (personal y colectiva), no un canon que normativiza estrictas determinaciones.

Que volvamos a unirnos a la naturaleza, como parte que somos de ella. Preservar nuestro planeta más que una necesidad es una obligación histórica. No dejemos un futuro sombrío a los que vengan después. Las plantas, los animales, toda manifestación natural de vida no puede ser masacrada. Dejemos un mundo mejor que el que encontramos cuando llegamos.

Que el trabajo sea nuestro afán de entrega, nuestra vocación de servicio. Un vínculo con todos se realiza allí donde percibimos que hay una gran maquinaria de renovación vital; que aquél a quien sirves hoy, sirvió a quien a ti te sirve. Somos todos para todos. Cada cosa que un ser humano hace con su trabajo, es algo que miles de personas necesitan y merecen. Dar es recibir.

Que la familia extienda su mano generosa y rigurosa para acompañar su mejoramiento y reorientar su alienación. Los hijos junto a sus padres y madres, los hermanos con los hermanos. La diáspora tendrá su tierra prometida en su lugar de nacimiento. La distancia merma la continuidad. Todos somos de la misma madre hijos: hijos del alma cubana. Si nuestros hijos se parecerán a los tiempos más que a nosotros, construyamos entonces los tiempos más cercanos a lo que deseamos y a lo que ellos desean.

Que la elección y la responsabilidad sean los escalones del destino al que se quiere llegar, y también el medio de lograrlo. Decidir no solo como acto individual soberano, sino como acción compartida, conjunta, de todos. Nadie anda solo. Siempre se anda con muchos. Pero con todos no significa sin alternativa, sin decisión. Porque solo quien decide se compromete y hace.

Que la unión prevalezca por encima de las diferencias, de las contradicciones e incluso de los conflictos. Sabernos y aceptarnos diferentes no es suficiente. Es necesario que cuando las diferencias sean protagónicas, la capacidad de sentirnos juntos sea su acompañante irrecusable. El amor en sus múltiples formas, vinculante universal, es más que un sentimiento, más que un argumento incorruptible. El amor es una actitud esencial, un principio fundante del mejoramiento humano.

Que el respeto y la honestidad presidan las confrontaciones. La violencia es la antivida. Es la negación total de los designios naturales de la existencia humana. La violencia es la desesperación, la incapacidad para encontrar salidas, la denigración de la especie. Los argumentos sustentados en un ambiente de consideración mutua facilitan el encuentro para el acuerdo o la transacción. No es la violencia quien genera irrespeto. Es el irrespeto quien invita a la violencia.

Que las ansias no se agoten y no se canse el deseo. El sentido de la vida no es una mera definición de intención. Es el alma que desdibuja al desaliento cuando este intenta calar hondo en el ánimo. Es lo que nos instiga cuando parecen desfallecer las fuerzas. Un aliento de renovación que supera la angustia y abre paso a la alegría.

Que la felicidad esté con nosotros, en lo que estamos haciendo y haremos con y para cada uno. La felicidad no es solo el deber cumplido, es también el bienestar, la prosperidad. Una vida plena no es una utopía irrealizable. Es una posibilidad que se construye con las manos de la hermandad, la justicia de los derechos comunes, la sensibilidad, la vergüenza, la amabilidad.

Que seamos capaces de trascendernos, crecer, y hacer nuestra vida más humana, nuestro país más placentero, nuestro planeta más habitable. Vivir es un privilegio que hay que agradecer multiplicando la vida, cultivándola con amor, humildad, entrega. No hay que ser excepcional. Es suficiente con ser bueno.

Que logremos hacer un mundo menos malo, como primer paso en la construcción de uno mejor.

Que todos queramos hacerlo.

Que nos entreguemos sin vacilación ni reservas.

Que crezca en nosotros la convicción de que Vale la Pena!